Hay días en que todo parece desordenado. Nada encaja. Nada se explica. Pero algo adentro sigue. Una parte que no entiende, pero avanza. Una voz sin lógica, pero con dirección. Y entonces se revela algo esencial: no todo lo importante se comprende. Hay vivencias que se sienten antes de entenderse. O incluso… que nunca se entienden, pero igual transforman.
La mente busca respuestas, pero el corazón recuerda verdades que no pasan por el pensamiento. Nos enseñaron a darle sentido a todo, a justificar el dolor, a nombrar lo que no comprendemos para sentir que lo controlamos. Pero hay momentos que no piden explicaciones, sino silencio. Pausas que no requieren respuestas, sino presencia. Dolencias que no se curan con lógica, sino con ternura. Y caminos que no se eligen por lógica, sino con coraje. A veces una decisión dolió sin razón clara, pero luego reveló su sabiduría. O una despedida que pareció injusta terminó siendo un portal. No todo lo que no entiendes está mal. Hay encuentros que no sabes explicar… y sin embargo, reconstruyen. Hay verdades que no caben en palabras, pero se sienten. Eso también es la belleza de no entender: permitir que la vida te hable en otro idioma, uno que no necesita traducción, solo confianza.
Tal vez no lo entiendas hoy, pero aquello que estás atravesando está haciendo espacio para algo nuevo. Aunque no puedas nombrarlo. Aunque no sepas si vas hacia el lugar correcto. Estás cruzando un umbral. Y eso, aunque confunda, también es un acto sagrado.
¿De qué sirve entender todo, si eso impide sentirlo? ¿De qué sirve tener respuestas, si no alcanzan a tocarte? ¿De qué sirve que todo encaje, si no te conmueve? La vida no es un rompecabezas. Es un río. Y para fluir, a veces hay que soltar la orilla de la certeza. Dejar de exigir lógica. Atreverse a vivir incluso en medio de la incertidumbre.
No entender no es rendirse. Es ceder el control sin perderse. Es decir “no sé”, pero seguir. Es mirar al cielo sin buscar señales. Es llorar sin tener todas las palabras. Es confiar sin mapa. Es avanzar con la duda al lado. Porque la valentía no es tener certezas. Es moverse sin ellas.
Hay heridas que aún no comprendes, pero ya no duelen igual. Hay aprendizajes que no puedes nombrar, pero que te han vuelto más consciente. Hay capítulos que aún no sabes cómo cerrar, pero ya no te detienen. Y hay lugares que aún no reconoces como destino, pero que te están esperando al otro lado de este caos.
No todo lo que no entiendes está mal. A veces, es justo lo que necesitabas para dejar de anestesiarte con explicaciones. Porque lo que se comprende rápido, se olvida pronto. Pero lo que quiebra tus planes, lo que te deja sin aliento y sin manual… eso se queda. Eso transforma. Eso parte tu historia en un antes y un después. Hay vacíos que no vinieron a ser llenados, sino a hacer espacio para algo que aún no tiene nombre, pero ya empezó a vivir dentro de ti.
Está bien no tener todas las respuestas. Está bien no poder nombrar lo que arde. Está bien cambiar de rumbo sin saber si es el correcto. Está bien mirar atrás con dudas y mirar adelante con fe. Porque vivir no es entender. Es habitar.
Así que hoy, no corras a buscar lógica. No huyas de la confusión. No te castigues por no tenerlo claro. Quédate un momento más en este espacio extraño, donde las cosas no tienen forma, pero sí verdad. Porque a veces, justo ahí, algo nuevo empieza a nacer. Y aunque no sepas qué es… tú ya lo estás siendo.
No temas no entender. Teme apagar lo que aún arde por miedo a no poder nombrarlo. Porque hay belleza en lo que irrumpe sin permiso, hay verdad en lo que se siente aunque no se explique… y hay poder en ese instante exacto en que lo sueltas todo… y aun así eliges no apagarte.
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