Este 15 de septiembre conmemoramos la Independencia de nuestro país, recordamos ese día que en 1810 marcó el nacimiento de esta gran nación que hoy es México. A la par, en el mundo se conmemora el Día Internacional de la Democracia, dos efemérides que convergen en el calendario y nos invitan a reflexionar sobre los valores que nos constituyen como nación y sobre el camino recorrido para que libertad y democracia sean en la actualidad una realidad.
En poco más de dos siglos, México se ha transformado de manera profunda. Hemos transitado por corrientes políticas diversas, por proyectos de nación que han derrumbado imperios y edificado repúblicas. Hemos aprendido de las luces y sombras de cada época, con avances y retrocesos, siempre resurgiendo porque la esencia de nuestro pueblo es la resiliencia y la esperanza.
A lo largo de este tiempo hemos sobrevivido a invasiones extranjeras, a dolorosas guerras internas, al azote de la violencia y a desastres naturales. Sin embargo, en cada generación se ha mantenido el espíritu insurgente, aquel que se aferra a la dignidad, la libertad, la igualdad, la justicia y la soberanía como principios inquebrantables. Hoy, ese mismo espíritu se refleja en un país que no se resigna a la desigualdad ni a la injusticia, y lucha por una transformación que cumpla con los anhelos de quienes ofrendaron su vida en la lucha insurgente.
En el México de hoy vemos cristalizar muchos de esos anhelos. Por primera vez en la historia de nuestra República, una mujer encabeza la Presidencia de la Nación, y será ella quien después de dos siglos de vida independiente, desde el balcón central de Palacio Nacional, recuerde la arenga de Don Miguel Hidalgo y Costilla y haga repicar la campana de Dolores, encarnando el anhelo de igualdad por el que tantas generaciones lucharon.
Así también, el pueblo eligió de manera directa a juezas y jueces de un Poder Judicial renovado, abriendo con ello un capítulo inédito en nuestra vida democrática, en la búsqueda de una justicia para todas y todos, como aquella que proclamaba José María Morelos y Pavón en sus Sentimientos de la Nación.
Quienes ofrendaron su vida por la independencia lo hicieron a sabiendas que tal vez no alcanzarían a ver cumplidas sus aspiraciones, pero con la certeza de que sus luchas y sacrificios se transformarían en los cimientos sobre los cuales hoy se erige una nación cada vez más justa e incluyente.
Conmemorar la independencia de nuestra Nación y la democracia nos significa un compromiso con el presente y el futuro. Es reconocer que la libertad y la soberanía se sostienen no sólo con discursos, sino con instituciones fuertes y al servicio de la gente; con una justicia cercana, humanista, y con autoridades que honren la confianza depositada por el pueblo.
El legado del pasado nos recuerda que la independencia fue, ante todo, un acto de dignidad y un anhelo de libertad; pero es el presente el que nos muestra que la democracia se fortalece cuando cada voz cuenta, cuando cada voto se respeta y cuando las instituciones responden a la ciudadanía.
La independencia nos dio libertad, la democracia nos dio voz; hoy nos toca honrar ambas, construyendo un México más justo, igualitario y humano para todas y todos.
Que ambas conmemoraciones nos inspiren a no dar por sentadas las libertades conquistadas y a trabajar, día con día, para que los derechos y la justicia lleguen a todas y todos sin distinción. Esa es la mejor forma de honrar a quienes nos precedieron: continuar la tarea de hacer de México una nación independiente, democrática y profundamente humana.
Ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación