La construcción de nuestra patria no ha sido obra exclusiva de los hombres, muchas mujeres han contribuido de manera activa a forjarla en su grandeza, aunque sus nombres han quedado perdidos en las páginas de la historia.
En este día en que conmemoramos el inicio de la lucha por nuestra independencia, bien vale desempolvar los nombres de algunas de ellas que se han podido recuperar y rescatarlas del olvido al que las redujo su condición de mujeres, para rendirles justo homenaje.
Son bien conocidas las hazañas de Josefa Ortiz de Domínguez, “La Corregidora”; Leona Vicario, hoy reconocida como Benemérita Madre de la Patria, y acaso de las de Gertrudis Bocanegra, que acusada de conspiración y seducción de la tropa fue pasada por las armas en 1817.
No obstante, otras muchas mujeres tuvieron un papel protagónico en la lucha insurgente. Ahí tenemos a las conspiradoras de Valladolid, Carmen Fernández, esposa de Nicolás de Michelena, cuya participación fue clave al ser descubierta la conspiración que fraguaban; la esposa de Pedro Rosales, María de la Paz Flores, así como María del Carmen Elvira y María Inés García, esposas de otros gobernadores vecinos, eficaces mensajeras. También las hermanas de los Michelena, una de ellas, la madre Juana María de la Purísima Concepción, monja dominica implicada en las conjuras.
En la Ciudad de México, no eran pocas las tertulias en las que la simpatía por la causa insurgente llevó a criollos acomodados, sus esposas e hijas, a apoyar el movimiento. En la casa de doña Mariana Rodríguez del Toro se urdió un plan para arrestar al virrey Francisco Xavier Venegas y liberar al cura Hidalgo. Traicionados, doña Mariana fue apresada y liberada hasta 1820.
Luisa de Orellana, Mariana Camila Ganancia y Antonia Peña, esposas de promotores de los insurgentes, lograron extraer de la Ciudad Capital una imprenta, una valiosa arma en manos del doctor José María Cos, con la que pudo difundir las ideas libertarias en El Ilustrador Americano, una publicación insurgente.
Algunas otras colaboraron no sólo en las conspiraciones, también como mensajeras, siguiendo a las tropas a las que apoyaban, fuere cocinando o cuidando de los heridos, también quienes tomaron por sí las armas con gran valentía.
Esposas, hijas, hermanas, madres, todas mujeres cuya conciencia y patriotismo se despertó para luchar desde muy diferentes trincheras y que, por ello, tuvieron que sufrir el cautiverio y hasta la pena de muerte. La gran mayoría olvidadas por la historia e incluso señaladas en su tiempo por su participación.
Ahí tenemos a Leona Vicario, joven de familia acomodada que había recibido una educación más allá de los patrones de la época, independiente, con criterio y convicciones propias que motivaron su adhesión al movimiento independentista, lo que le valió ser encarcelada en un convento.
En 1831, Lucas Alamán, en una publicación califica sus servicios a la patria de un “heroísmo romanesco”, implicando que su participación en la lucha libertaria se debió al amor por quien sería su esposo, Andrés Quintana Roo, y no por propia convicción. A lo que Leona Vicario respondió con una muy elocuente carta que la revela como una feminista de su tiempo. En uno de sus párrafos se lee: “…no sólo el amor es el móvil de las acciones de las mujeres: que ellas son capaces de todos los entusiasmos y que los deseos de la gloria y la libertad de la patria no les son unos sentimientos extraños, antes bien, suelen obrar en ellas con más vigor…”.
Ellas hoy son ejemplo para todas las mujeres mexicanas, de convicción, de amor a la patria, de lucha por la libertad y la justicia, partícipes en la construcción de un México mejor.