Ernesto Zedillo administró su silencio por más de dos décadas. Cuando levantó la voz fue contundente al referirse a los últimos meses de gobierno de López Obrador y al naciente gobierno de Claudia Sheinbaum: la transformación prometida era en realidad la de sustituir nuestra joven democracia por un poder autoritario sin contrapesos.
El texto de Zedillo en la revista Letras Libres se convirtió en un tema de Estado. Como el nuevo enemigo preferido del régimen, el expresiente recibió críticas, amenazas y hasta burlas desde Palacio Nacional. No hubo conferencia mañanera en que se dejara de mencionar su nombre durante una semana.
Dante Alighieri decía: “Los lugares más calientes del infierno están reservados para aquellos que en tiempos de crisis moral lograron permanecer ecuánimes”. Se necesita de valor porque en la actualidad levantar la voz y expresar una forma de pensar diferente a la del Estado es sinónimo de estar contra él.
Zedillo no mintió cuando estableció que con la reforma judicial están en juego los contrapesos de la democracia, porque en realidad esta reforma no solo representa un cambio en la Constitución, se trata del fin de la democracia y el regreso de un sistema político en el que la figura presidencial controla todo desde su silla o, en este caso, desde sus conferencias mañaneras.
Fue la misma Presidenta Sheinbaum la que confirmó la hipótesis de Zedillo sobre la muerte de nuestra joven democracia. Y se la dio porque de manera autoritaria pidió que se investigaran los presuntos nexos entre la esposa de Zedillo con líderes del Cártel de Colima que se daban a conocer a través de unos audios, los cuales, casualmente salieron a la luz tras la postura del expresidente.
La pregunta es: ¿estos audios se habrían hecho públicos y la presidenta habría pedido una investigación si Zedillo no hubiese levantado la voz?
Pareciera que la Presidenta envió un mensaje, quien la critique será investigado con la fuerza del Estado. Una actitud profundamente autoritaria y visceral que proviene de un poder sin contrapesos.
Todo indica que en este país no se castiga la corrupción en el Tren Maya o en Dos Bocas, o el huachicol fiscal y su complicidad desde las aduanas. Acá lo que se persigue y castiga es pensar diferente y expresar su sentir respecto al gobierno.
En momentos en los que la libertad de expresión se ve amenazada o la democracia se ve mancillada, es necesario que surjan voces que se opongan a esas medidas autoritarias. Que sin temor, o con él, expresan su disentimiento por las libertades coartadas.
No dejemos que el silencio nos gobierne.
El autoritarismo es la mitad de la historia; la otra mitad puede ser el miedo, la pasividad, la tibieza o la incapacidad de reacción. Bien diría Franklin D. Roosevelt: “A lo único que debemos temer es al miedo mismo”.
Comentario final
Como presidenta de la fundación Porvenir tuve un acercamiento con el entonces presidente Ernesto Zedillo. En aquel tiempo, como sociedad civil, nos dedicábamos a combatir la desnutrición en regiones indígenas con la distribución de papillas. El interés de su gobierno por el trabajo de organizaciones sociales, llevó al entonces titular del DIF, Mario Luis Fuentes, a acercarse e investigar sobre esta fórmula y su impacto.
Tras un estudio del Instituto Nacional de Nutrición, para mi sorpresa, la papilla se implementó como parte del programa Progresa para abonar a la alimentación saludable en zonas pobres del país. Este programa inició con las transferencias económicas y, además, se preocupaba por la salud, nutrición y educación de los niños.