Siempre he confiado en mi instinto como guía para tomar decisiones. Por eso, aunque mis aspiraciones estaban puestas en Ciudad de México, decidí entregarme con toda mi fuerza y mi corazón a la candidatura presidencial.
Los partidos de oposición estaban buscando un perfil de liderazgo para defender a las instituciones y el orden constitucional que estaba amenazado por el discurso y las propuestas de López Obrador.
Decidí competir por la candidatura presidencial luego de que miles de personas me arroparon cuando toqué la puerta de Palacio Nacional, el 12 de junio de 2023. Además, estaba convencida que la forma de gobierno de Morena nos llevaría a un país sin libertades y a un gobierno sin contrapesos.
Sabíamos que enfrentaríamos a toda la fuerza del Estado y a un presidente autoritario dispuesto a usar los programas sociales, el presupuesto y hasta el déficit público como herramienta para aumentar la concentración de poder público.
Nuestro proyecto tenía, entre uno de sus principales objetivos, evitar que Morena consiguiera la mayoría en el Congreso de la Unión. Sin embargo, los partidos que me postularon habían perdido presencia y fuerza electoral en territorio, pues Morena se había encargado de cooptar a sus líderes locales.
El desafío era mayúsculo. Queríamos evitar el “Plan C” de López Obrador y la destrucción y colonización del Poder Judicial.
Los partidos de oposición diseñaron una estrategia de defensa del voto, más basada en las glorias del pasado que en su realidad del presente.
Desde el inicio del camino, me encontré a lo mejor de nuestro país: su gente trabajadora. Militantes echados para adelante que caminaron calles y comunidades para promover el voto. A ciudadanos sin partido que levantaron la voz contra el autoritarismo.
Inundaron plazas y nunca se detuvieron ante la falta de recursos. Imprimieron sus propios diseños en playeras, calcomanías y volantes, y salieron a convencer a familiares, vecinos y desconocidos. Una muestra fehaciente fue el Zócalo pintado de rosa, abarrotado y sin acarreados. Una misión imposible para el partido en el poder.
Se encendió una nueva esperanza, creció la energía cívica y la emoción entre simpatizantes nos llevó a pensar que podíamos ganar.
Sin embargo, López Obrador ya había trazado su estrategia años atrás. Trabajó minuciosamente desde su descalabro en las elecciones de 2021. Enfiló sus baterías a la coacción del voto a través de programas sociales. Milimétricamente, con ayuda de los siervos de la nación y millones de pesos, se hacía de votos para su candidata y su partido en el Congreso.
Lo que el electorado no le dio en las urnas, Morena lo arrebató a la mala y consiguió la mayoría calificada en el Congreso. Primero, tramposamente obtuvo la sobrerepresentación de sus partidos de coalición en el Legislativo. Y como aún le faltaban algunos votos, recurrió a la compra de personas y a sacar expedientes judiciales para echarlos a andar o beneficiar con el perdón a cambio de saltar a la bancada morenista. El caso del senador Miguel Yunes fue evidente.
Ya con su mayoría, Morena aprobó, entre otras, la reforma judicial, con la cual el poder Judicial estará sometido al poder Ejecutivo. Lamentablemente, con ello se terminó con la división de poderes en nuestro país.
No dejaré de levantar la voz. Si algo se está haciendo mal, lo expresaré, si algo se está haciendo bien, también seré honesta y lo diré. En tiempos del autoritarismo, en los que este gobierno heredó el deseo por destruir instituciones, es momento de ser valientes.