El magnate Bill Gates vaticinó una pandemia global, que efectivamente ocurrió. También pronostica que, hacia 2060, enfrentaremos la catástrofe del cambio climático, que será peor que la del Covid-19. Sus pronósticos no son meras especulaciones, sino conclusiones científicas sobre el daño que el hombre inflige al generoso planeta que nos da vida y sustento.
Desde la revolución industrial se contamina el aire, la tierra y el agua, siendo lo primero lo mas preocupante, pues ya son perceptibles los estragos que ocasiona el calentamiento global. Las causantes de ello son las emisiones provenientes de los combustibles fósiles: petróleo y derivados, gas natural y carbón. Dichas emisiones saturan la atmosfera con dióxido de carbono (CO2) -1,500 toneladas anuales-, impidiendo que la radiación solar rebote al espacio, ocurriendo el “efecto invernadero” que aumenta la temperatura planetaria. Ello desequilibra el clima mundial, derrite los glaciares y la nieve de las montañas, incrementándose el nivel de océanos y ríos, y acidificándose sus aguas. Por ende, ya tenemos los veranos mas calurosos de la historia, gélidos inviernos donde no los había, desertificación de áreas agrícolas, incendios e inundaciones permanentes, mas frecuentes y destructivos huracanes, etc. Como el nivel del mar puede aumentar de 2 a 40 metros, desaparecerán ciudades ribereñas como Nueva York, Los Ángeles, Londres, Paris, Ámsterdam, Lisboa, etc. Las sequias e inundaciones propiciarán migraciones masivas, se desquiciará la economía mundial agudizándose la pobreza y el hambre, surgirán conflictos sociales y guerras, se multiplicarán las pandemias, etc.
Ante esa apocalíptica perspectiva, la Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático de 1994, busca, a través de las reuniones anuales de su Conferencia de las Partes (COP), coordinar a sus 197 miembros para frenar la alteración climática. Aunque la COP se ha reunido 25 veces y aprobado importantes tratados como el Protocolo de Kioto y el Acuerdo de París, no se ha avanzado lo suficiente, pues egoístas intereses económicos, políticos e ideológicos se oponen a reducciones más drásticas y obligatorias de las funestas emisiones de CO2. Ejemplo de ello fue el abandono del Acuerdo de París por Trump, siendo que EU produce el 30% del dañino contaminante. Responsablemente Biden ya se reincorporó.
Como desde la creación del Programa para el Medio Ambiente de la ONU (PNUMA) en 1972, México participó activamente en los esfuerzos internacionales para la seguridad ambiental, en 1993 suscribió la mencionada Convención sobre el Cambio Climático, máxime que es uno de los 15 principales emisores de CO2. Confirmó su compromiso con la causa ambiental realizando la COP 16 en Cancún durante 2010, donde se decidió que el máximo aumento de la temperatura anual será de 2ºC, y que los países reducirán voluntariamente sus emisiones para alcanzar esa meta. Ello fue la base para el Acuerdo de París aprobado en 2015 en la COP21, que ya hizo obligatoria la reducción progresiva de las emisiones.
Trágicamente, la problemática del medio ambiente global dejó de ser prioritaria en México. Amén de que ya no figura en la agenda gubernamental, se ejecutan grandes proyectos que impactan negativamente al medio ambiente, y se implementa una política energética que apuesta a las energías sucias y contaminantes, desdeñándose las limpias. Las catástrofes globales que se avecinan, no preocupan a un México absorto en sus luchas internas cortoplacistas por el poder, e indiferente a lo externo. Los problemas pueden ignorarse, pero no por ello dejan de tener perjudiciales consecuencias.