El dinámico desarrollo de los eventos nos ubica en una posición de absoluta desigualdad. Por un lado, el poderoso del norte aprieta sin piedad: aranceles, redadas, gobernando mediante decretos, acrecentando las distancias sociales y culturales en un país que tiene su origen en el mismísimo mestizaje. Donald Trump se desata sin reparar que afrenta a sus aliados en un estilo que conocemos, son formas que hemos sufrido bajo el disfraz del nacionalismo.
Lo de hoy son los extremos, las medias tintas de la política de antaño estorban, la imposición de las voluntades únicas persiste, son amenaza permanente a los sistemas democráticos cada vez más en desuso. ¿Para que obedecer la ley? Cuestionamiento que gravitan en la lógica del categórico, resultado de la elaborada concepción legalista que terminó por hartar a los que por años buscaron justicia en un mundo en el que el Juez es señalado como enemigo de la practicidad.
El fenómeno empuja a la fermentación de las ideas progresistas, ya no sirven, se pierden, son anticuadas, lo vigente es lo inmediato, la ocurrencia, es el presagio del desastre que obligadamente, esperamos, precede a la anhelada recomposición.
¿Cómo emprender la defensa en la fragilidad de la República con instituciones borradas en manos de quien se dice poseedor de la verdad? No hay manera. Desafiamos el constante ataque de la infamia en la desventaja que da la polarización, la violencia y la intolerancia, sabemos que el saldo será adverso. Sin duda pagaremos caro la necedad de no escuchar, de dividir.
En el horizonte está la guerra comercial, la que duele, la del bolsillo, la que impactará a la planta productiva, comenzó con el acero y el aluminio, siguen automóviles, chips, después el aguacate, el limón, el mango ¿resistir? Habrá capitulación, cederemos: cuidar su frontera, detener la migración, recibir a los que echen. Luego, vendrá el esperado sometimiento de los malos, los que hicieron de la muerte el sello de la casa. Los sobrevuelos lo auguran, el espacio aéreo no es soberano, es un queso gruyere en el que se infiltra el que quiere, entran y salen sin recato, nadie los frena. Los de a pie, soportaremos entre el fuego cruzado.
El panorama se adereza con la fragmentación de las entidades controladas por pequeños autócratas que repiten conductas federales, son buenos imitadores. Acaparadores, adictos al mando sin equilibrios, dejando migajas a los municipios que penosamente sortean el día a día. Es nuestra realidad.
Muchas cosas unen, pero en la pelea por sobrevivir se desdibuja la fraternidad, el pensamiento se concentra en el deseo de proteger a los propios, aunque conlleve patear al ajeno. Es la cosecha del odio. A sus ojos, un pueblo unido es difícil de conducir y optaron por la pulverización sin importar que al final no quede nada.
México ha superado momentos aciagos en los que han intentado que perdamos la brújula, el actual no es diferente, la conversión de fuerzas juega en su contra; en lo interno con el rompimiento de las estructuras que cimientan las libertades y en lo externo la irracionalidad del que reclama todo.
No, no ganamos un mes. Nos doblaron.