Septiembre del 2006, media noche, la tormenta no paraba, se percibía el ambiente agradable, ligeramente fresco, decía Don Francisco Flores “aquí solo hay dos estaciones, la del ferrocarril y la de lluvias”. El comercio había cerrado, los restaurantitos y fondas atendían a trabajadores que terminaban tarde. Por su ubicación la ciudad se consideraba centro importante de negocios.

En la salida a Pátzcuaro estaba ‘El Sol y Sombra’, tugurio de mala muerte. En el interior poca gente, la proximidad de las fiestas patrias ahuyentaban a los desvelados. Chicas bailaban deleitando a un puñado de forasteros. El volumen de la música permitía la conversación, los hombres tomaban la copa, reían. En la calle, tres camionetas negras, ostentosas, circulaban a toda velocidad, frenaron escandalosamente frente a la puerta, descendieron decenas de tipos, portaban armas largas, vestían falsos uniformes de la AFI. Irrumpieron abruptamente al local y abrieron fuego al aire. El estruendo de los poderosos fusiles de asalto ensordecía en el pequeño lugar. Minutos, eternos. Cesaron los disparos y se hizo el espeluznante silencio. El fuerte olor a pólvora dificultaba respirar. Una gruesa voz ordenó que se hacinaran al fondo. Espantados obedecieron, en sus rostros afloraba la angustia, convencidos que su final se acercaba, al tiempo que otro de los sicarios sacó de bolsas cinco cabezas humanas, rodaron sobre la pista. Los malandrines gritaron arengas de la Familia Michoacana y se marcharon.

El siniestro evento de Uruapan marcó un parteaguas en las disputas por el control territorial. A partir de ese trance se dio el escalamiento de la violencia. Descuartizados, desollados, torturados, enterrados vivos, mafias que con su macabra firma intentaban dejar en claro quien mandaba. De pronto ya no impresionaba, obvio, entre los bárbaros la barbarie no asusta, habría que expandirla hasta alcanzar a la indefensa población, entonces, vinieron los levantones, el apilamiento de cuerpos de inocentes, el ataque sistemático a bares y antros, no distinguían, el mensaje era sembrar terror.

Los hechos inicialmente lejanos, los comenzamos a padecer de cerca. Primero el conocido, enseguida el amigo, después el primo, veíamos achicarse el círculo de agobio ante la mirada impávida de la autoridad. Transcurrieron años de complicidad y surgieron las madres dolientes, desesperadas buscando a sus hijos, con sus manos empezaron a escarbar, jamás los volverían a abrazar. Sin percatarnos, la asquerosa brutalidad nos deshumanizó y con ello se esfumó la capacidad de asombro. La crisis se tornó cotidiana.

Apenas el sábado en el abarrotado auditorio Telmex de Zapopan, ‘Los Alegres del Barranco’ rindieron homenaje a ‘El Mencho’ líder del sanguinario CJNG. En las enormes pantallas aparecieron fotografías del llamado ‘Señor de los Gallos’ mientras sonaba el corrido ‘El del palenque’, lo lamentable fue la reacción del público que lo ovacionó, olvidaron sus acciones carniceras, como la de Teuchitlán.

Es verdad, la multitud que acudió no representa a la mayoría, pero muestra el palpable deterioro de las conciencias que ha desplazado los principios que presumía la sociedad mexicana. Es absurdo, ridículo, vergonzoso; es nuestra realidad, sin ley, sin respeto, sin gobierno, en donde lo único seguro es que no pasará nada.

Lo preocupante no es la lucha, sino la rendición de la integridad colectiva a una causa sinrazón: el narcotráfico. ¿Dónde quedaron los valores?

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.
Google News

TEMAS RELACIONADOS

Comentarios