Con menos de un tercio de la población mexicana en un territorio ocho veces el nuestro, Canadá es la novena economía global. Su pujante tecnología, cuidado a su entorno, uno de los mejores sistemas de salud y altos niveles de seguridad, lo proyectan como un sitio ideal para desarrollarse.
¿Qué hace que una nación con abundantes recursos y pocos habitantes sea una de las diez potencias mundiales? El orden.
Contrario al de la hoja de maple, México enfrenta diversos desafíos: la violencia, el narcotráfico y desapariciones en el renglón de confianza. En materia social, se progresó en el rubro de la pobreza, pero a pesar de ello persiste, esencialmente, la lacerante desigualdad a la que aún no se vence, además se falló con la clase media, sigue en el olvido. En el tema de asistencia, los hospitales y servicios de emergencia son pésimos e incluso en algunas zonas inexistentes. El talón de Aquiles está en la aplicación del derecho. El respeto a las leyes es uno de los pilares en la construcción del porvenir, entender que quien la deba la pague es salvaguarda de equidad; la certeza que da la objetividad permite que la mayoría participe en busca de escalar su condición de vida porque sabe que al final del día rige el estatuto y no la simpatía, siendo sensatos, en este campo estamos perdidos.
Contrario a los canadienses, tenemos un gigantesco bastión demográfico, deficientemente atendido, dividido, sin el blindaje que brindan las normas, en un país en el que el amiguismo, la influencia y la billetera son la diferencia.
Sí es verdad, somos la doceava riqueza industrial altamente exportadora, pero el dinero no lo es todo, máxime cuando es vía que tiende a garantiza la impunidad. No es negar la opulencia o renegar de esta, por el contrario, la fortuna generalmente da comodidad, pero en regímenes con frágiles instituciones suele ser una patente de corso para la práctica de arbitrariedades.
¿Cómo equilibrar? El camino es la legalidad, de hecho, no hay otro. Canadá lo prueba. Obedecer las reglas, castigar al que las rompa y premiar al que las cumpla es la cultura de la rectitud fruto de décadas de empeño. Es el abrigo a la honra que da lo correcto, de obrar bien, no por temor sino por admiración. Una especie de sumisión y estima por el decoro que otorga lo justo, ya sea desde la función pública o en la trinchera de lo privado, es esa devoción de reconocerse intachable, impoluto, incorruptible, de no ser tramposo.
Es el peso de un poder judicial, autónomo, independiente y consustancialmente cercano a la ciudadanía. Quizá no lo veremos pronto. Los signos indican que la Corte se alineará al discurso de la ejecutiva alejándose de las causas que importan, como las del medio ambiente o la de favorecer a niños, mujeres y ancianos y, centradamente, al fomento de la competencia, en la que el ganador no sea el incondicional, sino el que convenga.
Acatar nos da mesura, sensatez, armonía, tranquilidad y paz. La simetría es la actitud permanente de gobernar bajo el ritmo de la ecuanimidad, poniendo distancia a la vileza. Conlleva a la ausencia de los ‘hijos, hermanos y amigos incomodos’, definitivamente no más ‘Andys’. Comprender que el liderazgo no es significado de segazón para llenarse los bolsillos a costa del esfuerzo común, porque al hacerlo se traicionan así mismos. Es la historia del priismo, panismo y definitivamente de la 4T.