En la semana fuimos testigos de la arremetida del crimen organizado en Ecuador, hubo toma de prisiones, enfrentamientos en las principales ciudades y ataque a medios de comunicación, esto obligó al Presidente Daniel Noboa a declarar el sitio e imponer toque de queda, los hechos no son simples delitos sino actos terroristas.
Ecuador es ejemplo de lo que actualmente se vive en prácticamente toda América, en donde las permisivas autoridades han tolerado la presencia de grupos que atentan en contra de la sociedad civil sembrando el miedo, construyendo un imperio paralelo con su propia fuerza armada y reglas semejantes a la barbarie, en gran parte sostenido gracias al cobro de un impuesto generalizado, el ‘derecho de piso’.
El narcotráfico, sumado a otras formas punibles, como el tráfico de personas, la trata de blancas, venta de armas y lavado de dinero, ha ganado terreno, primero apoderándose de pequeñas comunidades, después de ciudades, luego dominando a las frágiles democracias edificando la inevitable influencia nacional, incluidos los procesos de elección.
Su brutalidad es propia de la región, las cifras de organizaciones internacionales como el de Global Peace Index, revelan a una Latinoamérica en guerra, a pesar de ello el desastre no se constriñe a muertes, levantamientos, extorsiones, desapariciones o el reto abierto al Estado, sino a la mayor hecatombe de la que ningún país del orbe se escapa, las adicciones a las sustancias. Presentes en el mundo, han ido sometiendo a la población, incluidas la de las potencias, transformándolas en grandes mercados de consumo, sin distinción de condición económica, por desagracia hay productos sintéticos, baratos, obvio fatales, creando una especie de canasta básica del vicio.
Según la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito, las estimaciones de personas drogodependientes se han incrementado de manera notoria en la última década, sin embargo, el daño no para en el irreversible quebranto a la salud y al núcleo familiar, ahora alcanza al medio ambiente. En la cuenca del Amazonas, zona conflictiva por el cultivo y transporte de los estupefacientes, se han provocado desplazamientos, tala clandestina y la ocupación de grandes extensiones de tierra, transformando el recinto natural en espacio propio para lo ilícito.
Unido a este escenario, las bandas se arman, tienen aviones, barcos, submarinos, vehículos blindados, tanquetas, drones, los entrenan mercenarios internacionales, se hacen de tecnología, usan el sistema financiero y es común que tengan empresas, compran voluntades o simplemente las someten.
Con el paso de los años el otrora silencioso rival se alardea invencible, a la vista de todos, intocables, poderosos, destructivos, ya no se esconden, van a los mismos restaurantes, escuelas, centros comerciales, en la lucha ostentan ventaja, quizá la más dolorosa sea la enorme presencia cultural, es un infortunio, hay series, corridos, películas, libros sobre sus vidas, mostrándolos como figuras aspiracionales.
Los que en el pasado eran extraños y repulsados hoy en día son comunes y acogidos, son los narcotraficantes enemigos del orden mundial, causantes del rompimiento del tejido social y sin duda, de la decadencia de la humanidad.