La justicia no es ciega ni imparcial, es producto de la actividad humana objeto de deseos tendenciosos, con intereses y decisiones influenciables, son jueces con personalidades asustadizas, con filias, también con fobias. Ir a un tribunal en busca del remedio es un galimatías del que para salir se necesitan cuantiosos recursos y relaciones, no la razón.
Lo peor se ve en los casos criminales. Si se es víctima, el primer escalón es sortear con la fiscalía, llena de burócratas, muchos de ellos sin convicción de fungir como abogados de la sociedad, desprecian al ofendido al que obligadamente medio atienden, impasibles ante su angustia y dolor. Los familiares de asesinados, desaparecidos o secuestrados, se enfrentan a pleitos eternos, repletos de formalismos, en los que el agraviado no significa. Luego, caen en manos de policías investigadores, el eslabón más temible y corrupto de la cadena, sencillamente el dinero los mueve, sin este, las pesquisas no caminan, le apuestan al olvido, perseguir al malhechor les repele.
La prueba está en las cárceles, atestadas de pobres, la gran mayoría patrocinados por asesores públicos que al igual que los ‘MP’ son apáticos a su responsabilidad. Es teatral, aparente: supuestas indagatorias terminan en detenciones, casualmente los arrestados son los que menos tienen, es calculado, por su condición no podrán defenderse, a la postre, serán condenados por ilícitos que jamás cometieron y sí, la autoridad dará ‘cuentas buenas’ de su labor. La verdad es brutal, de cada cien crímenes se sanciona uno. El nivel de impunidad es escandaloso, generalmente, avanzan las averiguaciones de los pudientes o las de tintes políticos, el resto nunca se resolverán y si ocurre, seguramente, ‘atraparon’ a un honrado desconocido al que le cargan todas las cruces, al final a nadie le importará.
‘El muñeco’ es un manufactura con sello nacional. Consiste en armar una falsa acusación haciendo uso de un miserable recluso que, a cambio de unas monedas, declara y señala a un cándido ciudadano involucrándolo como cómplice y, listo, se obtiene la orden de aprehensión. Básicamente, se tuercen las bondades del procedimiento lo suficiente para amargarle la vida a otro que, ajeno al delito, tendrá que probar su inocencia en un juicio amañado. Seudo penalistas ofrecen el ‘servicio’, con él se deshacen de sus contrarios en litigios o negocios en los que se discuten fortunas. Lo saben, las prisiones doblan a cualquiera.
¿Qué hacer? El problema radica en la frágil estructura, rota, que provoca el ánimo de venganza, la fase más primitiva del hombre, dando paso a los linchamientos, la evaporación de deudores, la ejecución por líos de faldas, llanamente, la vía institucional es ilusa, debido a que funciona exclusivamente bajo seducción.
A Carlota la capturaron por la obviedad de sus actos, no porque el Estado haya hecho su trabajo. Denunció en vano, unos bandidos le arrebataron su vivienda. El desesperado trance de la anciana desnuda la ausencia del derecho en un país categóricamente violento, sin sentido, perdido en la absoluta obscuridad de la indiferencia del reino de la clase del poder, rodeada de privilegios, extraña, distante, que no nos representa.
Es el sistema legal mexicano. No da respuesta y en el mejor de los escenarios, cuando llega, han pasado años.
Abogado. @VRinconSalas