Los eventos de Taxco muestran que la estructura del país está rota, sometida al flagelo del terror operado al abrigo de la impunidad. Los frutos de esta podredumbre los atestiguamos, la población enardecida sacó su forma primitiva de sancionar; con furia, odio, pero fundamentalmente hartazgo, desató su frustración sin que nadie los contuviera, porque simplemente no hay quien lo haga en este vacío de gobierno. Los efectos son graves, las espeluznantes imágenes del linchamiento de la presunta responsable se desvanecen ante la actitud de la multitud concentrada en grabar la bestialidad de los actos de los linchamiento que salvajemente y con fiereza aplicaban el castigo.
La violencia produce violencia, la crudeza cercena el sentimiento de compasión, no es que los vecinos hayan buscado justicia en nombre de la pequeña, si no el liberar el rencor por la calidad de vida que genera la autoridad al privilegiar a pocos y despreciar a muchos, torciendo la regla para que el miserable siga en su suerte y el delincuente sin ser tocado, en un México en el que continuamos en espera de que se encarcele a los autores de las 27 mil niñas fallecidas entre 2015 y 2022 según datos del Instituto Belisario Domínguez.
Cada día cerca de cien personas son aniquiladas, no importa su condición, edad, cultura, lo mismo el empresario encumbrado que una inocente criatura, para los hampones no existe distinción, todos estamos en riesgo de ser asesinados. La convivencia con la muerte nos ha llevado a sinsentidos, como ver circular en las ciudades camiones atestados de cuerpos porque en la morgue no caben, masacres, fosas clandestinas, casas de seguridad, lo pésimo es la dureza con que la sociedad percibe estos acontecimientos que la llevó a perder su capacidad de asombro, poco la conmueve.
Lo vivido en la comunidad guerrerense es el preludio de lo que puede ocurrir en la República, los ingredientes del caos están, no hay liderazgo, menos imperio, las fiscalías no investigan, los jueces cargan con la lápida de la corrupción, las policías no ordenan porque nadie las tolera, en cambio, se les teme porque algunos suelen rendirle al crimen organizado. Quienes nos tienen que proteger en realidad nos ven como botín.
A las fuerzas armadas las han puesto en el peor de los mundos, entrenados para defendernos del extraño enemigo su lucha es en contra de sus paisanos, su campo de batalla son las localidades en donde muchos de los militares nacieron, su presencia causa miedo, no respeto, este está reservado al jefe de plaza o al capo a quienes en público, sea en fiestas patronales, carnavales o en desfiles triunfales, se les venera. Es el México desbocado, sin control, en el que la política no es prevenir el delito sino apadrinar al malhechor, la prueba son los abrazos en lugar de la mano dura que exigimos quienes vemos cómo se deshace la patria.
Turbas enardecidas no deben ser la respuesta ante sucesos criminales, soportarlas nos lleva al nivel de la lapidación, de la barbarie, de la irracionalidad, obra de la rusticidad, ignorancia e inhumanidad de quienes teniendo la obligación de honestar el derecho se burlan de él afirmando que su poder moral está por encima de la ley.
Por lo pronto Camila aguarda resultados, como todas las mujeres y hombres que liquidan a diario para solo ser un número más en la macabra lista de la indolencia, ineptitud y desdén de los gobernantes.