Llegó el 4 de marzo y se cumplió la amenaza del presidente de Estados Unidos para imponer aranceles generales de 25% a todos los bienes que importara provenientes de México y de Canadá.

A las pocas horas de haber entrado en vigor los aranceles, se anunció que a petición de las grandes empresas automotrices estadounidenses que tienen plantas de producción en México se les daría un plazo adicional a los automóviles cubiertos por las reglas del TMEC que vencería el 2 de abril. La concesión permitiría, de acuerdo con el presidente Trump, que esas grandes empresas establecidas en México no operaran en condiciones de desventaja. Ese mismo martes, el secretario de Comercio de Estados Unidos, Howard Lutnick, señaló que la administración podría abrir un camino para aliviar estos aranceles. Castigo y perdón en una espiral continua.

Imponer aranceles generales a dos de sus principales socios comerciales —y otros aranceles a otros socios— repercutiría, como se ha dicho, en un incremento en los precios. Los impuestos a las importaciones terminan en mayor o menor medida en los precios de los bienes que los consumidores pagan. En el caso particular de los coches, un estudio de Anderson Economic Group señala que el incremento en el precio final podría incrementarse entre 2 mil y 12 mil dólares adicionales en caso de que los aranceles se implementaran. El impacto en el precio de las canastas de consumo de los estadounidenses no se haría esperar y no sería menor.

Dos días después llegó una nueva pausa que se revisará el 2 de abril, cuando se den los detalles de los aranceles recíprocos que implementará Estados Unidos a todo el mundo. Ese día se nos informará si cae la daga, si se nos da otra pausa, si es suficiente lo que se ha hecho, si no lo es, o cualquier otra medida punitiva que a los ojos de Trump el país se merezca. Que no se nos pase que las amenazas sobre otros aranceles siguen vigentes y una de ellas, la aplicable al acero y al aluminio, entraría en vigor mañana mismo.

Trump ha dicho en numerosas ocasiones que quiere regresarle a Estados Unidos esa gloria industrial que en algún momento tuvo para que esa nación recupere el poderío económico que, desde su punto de vista, se ha perdido. El presidente sabe de la afectación en precios y conoce el castigo popular que la inflación puede ocasionar, él mismo utilizó ese descontento. Sabe, también, que hay industrias que no son sustituibles en el corto plazo y que, en caso de que lo fueran en el mediano, implicaría un costo de oportunidad en términos productivos cuya magnitud es difícil de dimensionar.

Desde la perspectiva mexicana se han presentado estas pausas como logros en tiempo. Se ganó un mes para negociar, un mes para mostrar que estamos dispuestos a cambiar de estrategia y a colaborar, un mes para poner a los equipos a trabajar a marchas forzadas para analizar qué es posible ceder y a qué costo. Pero, ¿y si el que gana tiempo es Trump?

La amenaza seguida de la pausa que no hace otra cosa más que alargar la incertidumbre le ha dado al presidente de Estados Unidos algunas victorias rápidas. Hay inversiones detenidas en México, concesiones inmediatas que ha obtenido por parte de otros países, conversaciones con empresas que están dispuestas a llevar parte de sus procesos productivos a Estados Unidos, cambios en políticas empresariales para satisfacer los deseos del presidente.

La incertidumbre sigue pesando sobre los mercados y las decisiones empresariales. Mientras el mundo espera sus decisiones comerciales, él va ganando tiempo. Dicen por ahí que el tiempo es dinero. Eso lo entiende Trump mejor que nadie.

@ValeriaMoy

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.
Google News

TEMAS RELACIONADOS

Comentarios