México ya vivió momentos autoritarios. Ni la concentración de poder en un partido, ni el presidencialismo reverencial nos son ajenos. Tampoco podemos jactarnos de haber contado con periodos largos de crecimiento sostenido ni de una cultura emprendedora fuera de serie. Más que ser eficientes en el combate —o en la prevención— de la pobreza, las crisis recurrentes del siglo pasado sumieron a millones de personas en condiciones de miseria.

Fuimos exitosos en bajar la inflación de cifras que erosionaban el poder adquisitivo quincena a quincena y en lograr la estabilización macroeconómica del país después de varios choques financieros. Se logró también incorporar a una fracción importante del país a cadenas productivas globales con acceso a los mercados más grandes del planeta mejorando el salario y las condiciones laborales de millones de mexicanos.

Sin embargo, ninguno de los grandes planes de desarrollo de México lograron estar a la altura de lo que el país podría haber obtenido. A lo largo de cinco paneles durante la Feria del Libro de Guadalajara que acaba de terminar, en un evento realizado por la revista Nexos y Héctor Aguilar Camín, se conversó sobre las oportunidades que el país ha perdido entre 1968 y 2024. El debate comenzó en los Juegos Olímpicos de entonces y cerró con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

El desencanto abarcaba todos los ámbitos. Se perdió la oportunidad de transiciones democráticas cuando el país lo reclamaba y se dejó ir la posibilidad de una verdadera transformación en las condiciones de desarrollo a través de mejores sistemas de salud y de educación. Desde luego que también hubo avances y mejoras, menos mal que así haya sido en los más de cincuenta años de análisis que consideró el Foro de Nexos, pero las reflexiones que ahí se vertieron sugirieron que los grandes proyectos —o ideas— transformacionales del país se han quedado siempre a medias.

Esos cambios —que no tuvieron la magnitud que podrían haber tenido— han creado un México distinto al que se tenía. Tratar de explicar lo que pasa hoy suponiendo que como ya se vivieron periodos autoritarios, o poderes sometidos a otros, o épocas sin organismos autónomos, sería un error. ¿A poco apelaremos a la ingenuidad?

Por supuesto que el país se seguirá moviendo. Claro que habrá inversión. El consumo sigue y seguirá presente. El comercio ya es parte de México, sin él regiones enteras no se explicarían. Pero las reglas ya son distintas. Las locales, las de nuestra hechura, viven cambios acelerados, a un ritmo que aún no las entendemos ni ponemos en su justa dimensión. Las foráneas y las que rigen las transacciones económicas internacionales también cambiarán y México será un daño colateral a menos que estemos listos para tener negociaciones difíciles con los socios y con los vecinos. Y saber qué es precisamente lo que estamos dispuestos a hacer y a ceder. Ahí tendremos que reconocer todas las tareas que hemos dejado a medias, los retrocesos que se han tenido y las oportunidades que hemos dejado pasar.

Es incorrecto apelar a que México ha vivido otros momentos difíciles para justificar el optimismo. Más que argumentar con visiones de un país de los 70, 80 o 90 valdría la pena pensar en un México que es distinto, inserto en un mundo que reclama cosas diferentes a las que se exigían hace 50 años. Y estar listos para la turbulencia.

@ValeriaMoy

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