Primer tag: Este tag en realidad son dos. Me refiero a los dos AirTags que colocó la periodista Pamela Cerdeira en un par de productos –una bolsa de arroz y un paquete de papel de baño— para ubicar su destino habiendo sido donados como ayuda por el terremoto de Turquía y Siria en febrero de este año.
En cierto momento, el paquete de arroz se localizó en la Secretaría de Finanzas de la Ciudad de México y el papel de baño en las oficinas de la Secretaría de Gobierno de la ciudad. Luego, este último se vendía en un mercado en Tacuba y la bolsa de arroz se ubicaba en una escuela primaria que había funcionado –de forma un poco ambigua— como banco de alimentos. Mientras la noticia daba la vuelta al mundo, en México se atacaba a Pamela. La forma –simple y genial– en la que evidenció el uso que se da a las buenas intenciones de la sociedad causó algunas molestias.
Pero no es novedad. Siempre se lucra con el desastre. En el terremoto de 1985, México recibió grandes donaciones de todo el mundo. Lo donado en especie se vendía. Había alubias, lentejas, comida enlatada, cobijas y demás al alcance de quien quisiera hacerse de ellos, en un México que era, en aquel entonces, mucho más cerrado y sin redes sociales -ni AirTags- que evidenciaran el mercado secundario de bienes donados al país en medio de una tragedia.
¿Qué ha cambiado? Mucho y nada. Somos muchos millones de personas más armados con herramientas que deberíamos usar para fiscalizar, en el mejor sentido de la palabra, los recursos, el dinero, los donativos, el tiempo, todo lo relacionado con el servicio público. Pero al mismo tiempo, poco ha cambiado. Se siguen aprovechando las tragedias propias y ajenas. Sin la menor consideración. Con todo el desdén.
Segundo tag: en 2017 escribí algunas líneas en El Financiero sobre la ineficiencia de los dispositivos tags para circular en los segundos pisos y en algunas carreteras. Hace seis años el sistema tag que usamos en México ya era ineficiente, pero con los cambios tecnológicos que se han dado hoy ya es obsoleto.
Parece que esa obsolescencia nos gusta. Nos acomoda tener a una persona en cada estación de tag para que verifique con su lector que nuestro dispositivo sí tiene saldo y no como marca el lector automático que falla con más frecuencia de la que debería. Nos acomoda, al parecer, que haya filas precisamente porque el lector no funciona que podrían no existir solo si cumpliera su único propósito.
Sin duda, esta ineficiencia abre oportunidades de mercado. Cerca de varias entradas a las vías hay personas que venden tags precargados que venden al doble del precio de lo que cuesta el aparato y que prometen traer un saldo incorporado, promesa que suele cumplirse solo a medias. La corrección de esta falla de mercado suele costar, por usuario, el doble de lo que pagaría si no existiera la falla de inicio.
¿Quién asume las ineficiencias? Los consumidores, por supuesto, en lo micro. En lo macro, el país.
Hablamos de ser un país atractivo para el nearshoring, para convencer a empresas que relocalicen sus plantas productivas a México para aprovechar una oportunidad histórica. Hablamos también de la falta de energía, de capital humano y de infraestructura que necesitamos para capitalizar el momento.
Y al mismo tiempo somos incapaces de hacer que un sistema de tag funcione. Afortunadamente, el otro, el de los AirTags, ese sí funcionó.
@ValeriaMoy