Empieza ya 2024, un año que estará marcado por los procesos electorales en México y el mundo. Más de la mitad de la población mundial tendrá elecciones —ya sea presidenciales o locales— incluyendo Estados Unidos, Rusia, India, Turquía, Paquistán, lo que significa que por una parte importante del año el mundo estará escuchando propuestas de gobierno aunque los procesos en sí mismos no sean democráticos ni tengan la capacidad de alterar el status quo.
En México, las elecciones tendrán lugar en un entorno económico relativamente optimista. La candidata del partido en el poder podrá proponer la continuidad en ese sentido, no porque el crecimiento en la producción durante la administración de López Obrador haya sido particularmente alentador —de hecho será el sexenio con menor crecimiento en el PIB (en promedio anual y en acumulado) desde hace tres o cuatro gobiernos, sino por las cifras del último par de años.
No serán solo las cifras, desde luego. Será el ánimo que prevalece en los individuos y en los empresarios que han visto finalmente la recuperación postpandemia, el impulso reciente en la inversión y el dinamismo en el consumo. No sé si las razones tras estos fenómenos sean las que nos gustaría que fueran, como el fortalecimiento de la capacidad productiva del país, y más bien estemos observando incrementos derivados de un mayor gasto público —gasto corriente aunque en algunos casos quiera ser considerado como gasto en inversión— correspondiente al fin del sexenio, mayores remesas provenientes de los Estados Unidos y a otras actividades más difíciles de medir, como el crimen organizado.
La candidata de la oposición tendrá que forjar una narrativa más difícil en materia económica porque remará contra la corriente que implica la continuidad y el desempeño de un par de años, incluyendo éste, cuando se celebrarán las elecciones. Conforme a la encuesta de expectativas de Citibanamex, se espera un crecimiento económico para este 2024 de alrededor de 2.3%, pero las instituciones las ubican en un rango de 1.5% a 3.6%.
Si durante 2023 vimos cifras históricas y francamente atípicas de crecimiento en la inversión, en 2024 deberíamos de poder distinguir cuánto de ella proviene de un impulso derivado del nearshoring, del crecimiento del mercado interno, del fortalecimiento del mercado laboral y cuánto es únicamente debido a un gasto público acelerado para terminar las obras emblemáticas del presidente López Obrador, más allá de que generen crecimiento futuro —cosa que está por verse— o acaben siendo una especie de gigantes máquinas tragamonedas que extraerán recursos por muchos años futuros.
Las elecciones concurrentes de México y Estados Unidos probablemente pondrán de nuevo sobre la mesa el que ha sido uno de los pilares del crecimiento económico del primero: el acuerdo comercial entre los tres países de Norteamérica. Si las alas radicales de ambas naciones ponen una vez más en entredicho el entramado comercial —que va mucho más allá de meras transacciones de bienes y servicios— 2024 podría ser un año más complicado de lo que se espera en este momento. Suena poco probable que así sea, pero en los procesos electorales las narrativas son más relevantes que la realidad.
Poco a poco veremos cómo se desenvuelven las cosas y el impacto que las elecciones tendrán en el mundo y en nuestro país. 2024 apenas empieza.