El año que termina estuvo plagado de cambios. No somos aún capaces de dimensionar las repercusiones que tendrán. Estas líneas no pretenden adivinar el futuro pronosticando cisnes negros, pero sí reflexionar sobre algunos riesgos lo suficientemente cercanos como para tenerlos en cuenta al tomar decisiones.

La globalización, ese proceso que conectó economías y culturas a lo largo de varias décadas, podría estar alcanzando sus límites. Las tensiones geopolíticas, incluyendo desde luego la rivalidad entre China y Estados Unidos, están reconfigurando las cadenas de suministro. Las ideas proteccionistas, las promesas -reales o imaginarias- no satisfechas y el penduleo de la historia llevará a algunas economías, incluyendo la mexicana, a enfrentar una posibilidad real de “desglobalización” o de, al menos, transformaciones profundas del modelo como se ha conocido. Si bien el proceso podría representar algunas oportunidades, que no sorprenda que también pueda repercutir en retroceso económico, en presiones inflacionarias y en un incremento de la desigualdad.

En un número reciente de The Economist, el semanario inglés retoma los resultados de la encuesta de Latinobarómetro y señala grosso modo que a los latinoamericanos les preocupa poco el autoritarismo. Si con eso se resuelven los problemas que aquejan a sus economías, que así sea. No sorprenderá entonces que en 2025 continúe la erosión en las instituciones democráticas. México empezará el año con órganos más débiles -los que no hayan desaparecido ya- lo que redundará en menos transparencia y rendición de cuentas.

Será otro año electoral. Uno más. Otra vez campañas y de nuevo más promesas. No importará siquiera llevar las cuentas porque se anticipa ya el desdén que la ciudadanía tendrá por el proceso para elegir cientos de cargos del Poder Judicial. No tendremos ni la información, ni el tiempo, ni la capacidad de evaluar a los candidatos. Tampoco habrá interés por validar un proceso que ha estado viciado desde el origen. Será la transformación más costosa para el país. Así son las oportunidades perdidas.

No sabemos aún qué implicará para México la segunda presidencia de Trump, pero el riesgo de que minimicemos las medidas que éste puede aplicar es más que real. Todavía hay quien argumenta que sabemos cómo negociar con él, que a México le fue bien en su primer mandato y que como en realidad es muy pragmático será histriónico en sus amenazas pero cauto en sus acciones. Lo dudo. México tendría que estarse preparando desde hace meses para reaccionar a la imposición de aranceles, frente la deportación masiva de personas y para incursiones más intervencionistas.

México no estuvo exento de desastres naturales en 2024, pero afortunadamente ninguno de los diez más costosos para el planeta sucedió en estas tierras. Poco se puede hacer para pronosticar el comportamiento de estos sistemas complejos, pero sí hay algunas medidas que podrían tomarse para hacerles frente. Si la infraestructura energética, hidráulica, de conectividad del país no avanza a otro ritmo, lo único que sí podemos saber es que el riesgo de daño de dichos fenómenos será mayor.

2025 se perfila como un año en el que deberíamos estar más conscientes que nunca de los desafíos que se nos presentan. Si algo hemos aprendido de los últimos años es que la imprevisibilidad es una constante, y los riesgos, lejos de disminuir, parecen multiplicarse. Se requiere no solo preparación, sino también capacidad de adaptación y una reflexión profunda sobre el tipo de futuro que queremos construir.

@ValeriaMoy

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