José L. García y Nahum Elías Orocio Alcántara
Hablar de cambio climático puede parecer algo abstracto, pues se trata de un conjunto de efectos que incluyen alteraciones en la temperatura, las precipitaciones y los patrones de viento, entre otros. Sin embargo, cuando afinamos la mirada, esta crisis se vuelve tangible en la sequía persistente que, hasta enero de este año, seguía afectando al norte del país tras varios años de escasez; en las lluvias históricas que convirtieron junio de 2025 en el mes más húmedo registrado, o en huracanes como Erick, que devastaron diversas comunidades del Pacífico.
Todos estos eventos son manifestaciones del cambio climático que han intensificado los extremos y ponen a prueba nuestra capacidad de adaptación. En el fondo, cada uno de ellos nos recuerda que no se trata solo de un asunto ambiental, sino también de una consecuencia directa de decisiones económicas y políticas. Mientras el planeta exige una transformación profunda para disminuir el aumento de la temperatura promedio —una de las principales causas del cambio climático—, diversos países, incluido México, siguen atrapados en la contradicción de aspirar al liderazgo climático mientras sostienen un modelo fósil que ya no alcanza.
La COP30, que se celebrará en Belém, Brasil, será una prueba de coherencia. El país llega con compromisos más ambiciosos sobre el papel —una reducción del 35 % de los gases de efecto invernadero para 2030—, pero con una ejecución aún anclada en el pasado. Pemex continúa siendo el eje del proyecto económico nacional, aunque su modelo productivo es incompatible con los límites planetarios y con las exigencias de un mercado global que empieza a penalizar el carbono y el metano.
México podría convertirse en un ejemplo regional si tomara en serio la transición. El potencial solar y eólico del territorio, la capacidad técnica de sus universidades y el talento científico disperso bastarían para sostener una agenda climática sólida. Sin embargo, lo que falta no es conocimiento, sino voluntad política para romper la inercia fósil. Cada año perdido en esa ambivalencia se traduce en comunidades más vulnerables y en riesgo.
El Gobierno de México tiene la oportunidad de demostrar que la ciencia no es un complemento discursivo, sino una guía de gobierno. El liderazgo climático no se construye con conferencias matutinas, sino con presupuestos, cronogramas y rendición de cuentas. Medir, publicar y cumplir es la diferencia entre el compromiso y el discurso.
Hoy, 24 de octubre, Día Mundial contra el Cambio Climático, debería incomodarnos. Porque el cambio climático no espera. Se enfrenta con decisiones que transformen la raíz del problema, dejando de financiar lo que nos destruye y apostando, con seriedad, por un país capaz de transitar hacia sociedades más sustentables y justas.
Centro Transdisciplinar Universitario para la Sustentabilidad
Coordinación Universitaria para la Sustentabilidad

