Una vez más el derecho a la protesta irrumpe no sólo las calles, sino también los comentarios por las recientes movilizaciones que se han llevado a cabo, principalmente en la Ciudad de México. Lo primero que tenemos que aclarar es que la protesta para ser considerada como tal, debe ser pacífica como lo señala claramente el artículo 9º de nuestra Constitución Política de los Estado Unidos Mexicanos: “No se considerará ilegal, y no podrá ser disuelta una asamblea o reunión que tenga por objeto hacer una petición o presentar una protesta por algún acto, a una autoridad, si no se profieren injurias contra ésta, ni se hiciere uso de violencias o amenazas para intimidarla u obligarla a resolver en el sentido que se desee”.
Es muy claro que la protesta pacífica está permitida y vale la pena recordar que ningún ordenamiento secundario puede ir en contra de la Constitución.
Las protestas, quejas y manifestaciones revisten la mayoría de las veces de algún tipo de movilización, primordialmente de contenido social, y son parte de una democracia en la que hay reglas claras de convivencia para todos.
El fenómeno de los movimientos sociales ha sido parte de la historia de la humanidad como el motor de causas y revoluciones en muchos países. Por ello, es materia de múltiples investigaciones y estudios clásicos de la sociología. En ese orden de ideas, en el año 2014 me aboqué a realizar un texto llamado: “De la protesta a la participación ciudadana”, publicado por Editorial Océano.
En este contexto también debo apuntar que, en el 2011, la revista Time designó como personaje del año al manifestante, haciendo con ello un reconocimiento a los cientos de miles de personas que salieron ese año a las calles a hacerse oír, desde la Primavera Árabe hasta el movimiento Occupy Wall Street.
Un ejemplo histórico y mundialmente reconocido que cambió la historia de la India y de la protesta como derecho es, sin duda, Mohandas Karamchand Gandhi.
Gandhi no sólo fue un ejemplo de hombre comprometido con erradicar la injusticia y conseguir un mundo mejor, sino que para conseguirlo desarrolló procedimientos radicalmente nuevos en la historia moderna de la humanidad. La no-violencia, la no-colaboración con las autoridades y la resistencia pasiva a sus decisiones se mostraron más efectivas que el más moderno de los tanques o el más eficiente de los aviones.
Dijo Gandhi: "No soy un visionario, pretendo ser un idealista práctico. La religión de la no-violencia no está destinada meramente a los rishis y los santos, también está hecha para la gente común. La no-violencia es la ley de nuestra especie, como la violencia es la ley de las bestias. En los animales, el espíritu yace dormido, de modo que no conocen otra ley que la del poder físico. La dignidad del hombre requiere de la obediencia a una ley más elevada: la fuerza del espíritu.
Por ello, me aventuré a proponerle a la India la antigua ley del auto sacrificio. Porque el satyagraha y sus derivados, la no-cooperación y la resistencia civil no son otra cosa que nombres nuevos para la ley del sufrimiento. Los rishis que descubrieron la ley de la no-violencia en el centro de la violencia fueron genios más grandes que Newton y guerreros más grandes que Wellington. Conociendo la fuerza de las armas, se dieron cuenta de que su salvación se encuentra no en la violencia, sino en la no-violencia".
Por lo tanto, las movilizaciones que llevan consigo la violencia como el incendiar puertas, atacar a los comercios, herir al otro o romper las ventanas de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, no son protestas sino hechos vandálicos que se encuadran como un delito.
Abogado y activista, maestro en Ciencias Penales. Autor del libro “Los filósofos en la era tecnológica. Los pitagóricos de hoy”. @UlrichRichterM

