El próximo jueves, como desde hace 107 años, conmemoraremos a las y los maestros de nuestro país, quienes desde el aula siembran procesos de cambio y transformación social; actores clave para dar rumbo a nuestro país.
La docencia, desde una mirada social y democrática, implica promover el diálogo y la escucha desde la enseñanza, para pasar de la formación de habilidades técnicas y formativas al proceso de acompañar trayectorias y despertar conciencias.
Hablar de docencia no solo es hablar de grupos numerosos, estudiantes con necesidades educativas diferentes que coexisten en la misma aula, e incluso la defensa sostenida de la educación de calidad, gratuita y abierta para todas y todos. También es hablar de quienes llegan a comunidades rurales con su propio pizarrón a cuestas, o de quienes trabajan doble turno o cubren largos traslados para llegar a escuelas en condiciones precarias incluso dentro de la periferia urbana. Es hablar de quienes imparten clases por videollamada desde una cabina con señal intermitente y también de quienes dedican años a formar profesionistas en universidades públicas y privadas del país con salarios y contratos laborales que no reflejan el esfuerzo docente.
La docencia construye realidades de contextos tan dispares y urgentes como es la compleja realidad de nuestro país. Por ello, conmemorar el 15 de mayo, Día de la Maestra y el Maestro, es una oportunidad para subrayar el sentido colectivo del trabajo educativo.
En la historia educativa nacional, José Vasconcelos representa una etapa fundacional. Su visionario impulso a la Universidad Nacional Autónoma de México estuvo acompañado de una noción clara: educar es también formar sentido de pertenencia y abrir caminos para la participación pública. Su propuesta concebía el conocimiento como bien compartido, no como capital restringido. Mirada que también puede encontrarse en otras latitudes. Por ejemplo, cuando nos remitimos al periodo de la década de los sesenta del siglo pasado, cuando Paulo Freire propuso una pedagogía centrada en la lectura crítica del mundo, donde “enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su propia producción o construcción”, escribió en su obra transformadora, la Pedagogía del Oprimido.
Ejemplos para esta conmemoración abundan y por mencionar solo dos más, llamaremos a Celestin Freinet, quien impulsó en la Francia de los años veinte, una pedagogía cooperativa que buscaba acercar la escuela a la experiencia cotidiana; y recordar a Anton Makarenko, quien en la entonces Unión Soviética desarrolló prácticas centradas en la colectividad y la responsabilidad compartida. Propuestas que respondían a contextos específicos, pero coincidían en reconocer a la educación como espacio para formar criterios y capacidades para la vida común. Hoy, en las aulas universitarias y en todos los espacios de enseñanza, estas labores continúan.
Formar personas capaces de pensar con autonomía, de cuestionar lo dado y de construir relaciones más justas sigue siendo un desafío vigente. Enseñar no se reduce a transmitir información. Supone acompañar procesos, generar preguntas, ofrecer referencias éticas para el desarrollo del futuro profesionista.
El Día de la Maestra y el Maestro es ocasión para reconocer esta labor. No desde la idealización, sino desde el compromiso y la crítica. El aula y la institución educativa, aun con sus límites y carencias todavía no resueltas, sigue siendo un lugar desde el cual es posible nombrar lo que no funciona y ensayar alternativas. Educar para la justicia no es una consigna, es una tarea que se sostiene en lo cotidiano, en el trabajo constante, en la disposición a escuchar y a construir con otras y otros; porque desde ahí se abren caminos para que la justicia y la dignidad no sean excepciones, sino principios cotidianos, especialmente en la etapa de la cuarta transformación y segundo piso, más lo que falta.
Académico y especialista en políticas públicas en materia de procuración de justicia y paz