Los seres humanos valemos por igual. El principio adquirió consenso por la Revolución Francesa y casi cualquier barbarie que se comete en este mundo ocurre al violarlo.
Las palabras importan. A veces ponemos nombre a algo inexistente, otras lo que existe y no tiene nombre pasa de largo. “Hacemos con las palabras”, diría Austin. Lo bueno, lo malo y lo frívolo las necesitan y adquieren significado por sus circunstancias. ¡Y qué palabra es genocidio!
Los alemanes persiguieron y asesinaron a judíos, gitanos y testigos de Jehová pero también fusilaron y maltrataron negros y musulmanes en algunas de las pocas ocasiones en que los tuvieron de frente con un fusil. El racista no tolera la resistencia. Ante esta se excita e incita a otros para dar ejemplo y comportarse en forma inhumana.
Declarada la guerra, los nazis asesinaron civiles en las ciudades que habitaban para “crear espacio” a sus nacionales, ejecutaron soldados, bombardearon indiscriminadamente las poblaciones para forzar la rendición o castigar la resistencia, encerraron a la población civil en campos de concentración y en 1942 comenzaron a ejecutar a los mismos que habían estado matando de forma más organizada y sistemática. Pero no empezó en 1942.
Rafael Lemkin fue lituano, judío y polaco por haber nacido en el pueblo de Ozerisko, a14 millas de Wolkowysk (Vawkavysk), hoy en Bielorrusia. Frontera entre los estados expansionistas lituano, polaco y ruso sufrió la invasión de alemanes, suecos y franceses. La historia del pueblo es el trasfondo de una inquietud motivada por las lecturas: leyó en la prensa sobre la tragedia del genocidio armenio a manos turcas y de los judíos polacos en las ucranianas por dos casos: uno en Alemania y otro en Francia, cuando la justicia encontró su cauce entre los pantanos del poder judicial y dejó sin castigo a los asesinos de funcionarios de alto rango genocidas. Turco uno y ucraniano el otro. Por la novela Quo Vadis aprendió del sufrimiento de los cristianos y en los libros de historia de la expulsión de los árabes de España.
Necesitaba poner nombre a la barbarie, impulso que nació antes de la Segunda Guerra Mundial por lo que leyó, pero también por lo que pasaba en Alemania. Los nazis mostraban el alcance de sus intenciones: segregar, construir campos de concentración, apresar sin juicio, ni garantías, ni defensa. Perseguir y eliminar a los líderes socialistas, comunistas y anarquistas. Segregar a la población judía. Apoderarse de Checoslovaquia y Austria. Mentir. Para el gobierno inglés de ese tiempo fue aceptable pasar por alto todo para evitar la guerra calculando sobre las desdichas de otros pueblos y no la suya. Pero el sacrificio fue en vano. Igual hubo guerra y la barbarie volvió a ocurrir antes de que le pusieran un nuevo nombre a esa vieja práctica.
Las masacres, ejecuciones, torturas, desplazamientos, segregación, persecución política y económica ocurridas en Europa fueron documentadas y difundidas en el mundo. Antes, Lemkin intentó entre guerras que el delito fuera atendido por la Liga de las Naciones en 1933, pero el organismo decaía y no pudo detener el colonialismo, ni las invasiones, ni la siguiente guerra mundial, ni atendió el tema. La liga fue el antecedente fallido de la ONU porque no pudo imponerse a la decisión criminal basada exclusivamente en la impunidad del poder económico y militar.
El término se usó en los juicios de Núremberg para juzgar a los nazis. Se ratificó la convención para castigar el genocidio en 1951, con un optimismo por encima de la anécdota de la objeción en primera instancia de la delegación británica, a la cual disgustaba el nombre por mezclar dos raíces de origen distinto, la griega genos y la latina cide.
Dejando de lado objeciones lingüísticas, el optimismo lo que no superó fue que antes, durante y después de la guerra los principales países aliados estuvieron envueltos en actos genocidas.
Los genocidios después de 1951 han tomado diversos nombres. Es importante resaltar lo común a todos ellos. La destrucción, la intención y las acciones para la destrucción de un pueblo o una fracción de él. Independientemente de su nombre histórico tienen el mismo frente a la Ley. Para Lemkin el delito debía ser perseguido de manera general y obligatoria.
En la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 se dice somos iguales frente a la ley. El cinismo debilita a la ONU y destruye la Ley. No es asunto menor. La desaparición de la Liga de las Naciones que era aún más débil tuvo enormes consecuencias.
La ley cuando deja de ser general no es ley. Sin límites, el poder suele volverse asesino. Ejercida por los gobiernos, la violencia general y la impunidad degeneran en genocidio.
El polaco pensó que el mundo no hacia suficiente caso al loco genocida cuando lo calificaba de bravucón. Vaticinó que en lo hecho y dicho hasta ese momento, antes de la guerra, estaba el germen de lo que en efecto resulto después.