No hay nada más molesto, para algunas dirigencias, que soportar las ganas de la militancia de hacer efectiva la democracia interna en Su partido.

Las bases están para apoyar, no para decidir. A donde y con quien ir es patrimonio de las cúpulas. Se aceptan las prácticas nacionales sin remedio por los que van a pie. Insufrible condición en los municipios y no pocos estados.

El tema no es nuevo para la izquierda electoral. El PRD comenzó con asambleas, elecciones, debates y activismo en las calles. Pasó al acuerdo entre dirigentes de las corrientes para decidir todo: hasta el dormitorio de los asistentes a los congresos nacionales, y terminó en un pequeño grupo que ya no tenía nada que decidir.

Los cambios tomaron tiempo. En pleno rompimiento, se presentó a la tribu de Nueva Izquierda (NI), a los Jesúses, como ala “moderna”. La idea no tuvo eco ni posibilidades de prosperar. Partían el pastel con singular alegría: campañas, candidaturas, empleos y proyectos productivos fueron origen de ganancias monetarias en pago por no ganar.

Verdad para los chuchos, verdad para la mayor parte de sus antagonistas en la cúpula nacional. Algunos negociaban como iguales con NI, usando las mismas prácticas, mientras otros negociaban espacios.

No se oponían con decisión a los males. Han sobrevivido. López Obrador no acudía a los acartonados congresos nacionales y otros lo hicieron para salvar el día. Aceptaban espacios y dejaban todo a los gerentes del PRD y aprobaban sus acuerdos.

La moneda preferida desde entonces son los municipios. Considerados corcholatas se intercambiaban como tal. El dirigente local en Ayotzinapa denunció a quienes estaban en las dirigencias estatales y deseaban un prospecto a gusto: dinero, sumiso arriba y déspota abajo. ADN, NI e IDN negociaban las candidaturas en ese estado. El dirigente fue asesinado y el precandidato en cuestión salió electo por acuerdo de las tribus.

Entre los últimos congresos, en Oaxtepec, el control era total. Se repartieron en hoteles y se anticipaba la votación por el número de habitaciones ocupadas por cada tribu. El diálogo y la discusión calculaban fueran cero. Sin embargo, se discutió.

Las corrientes habían pactado dos cosas relevantes para la democracia interna:

1) eliminar los Comités Municipales;

2) eliminar las acciones afirmativas a favor de jóvenes, mujeres y migrantes.

A pesar de los acuerdos, alojamiento y viáticos de por medio, cayó la primera propuesta por que la militancia discutió y votó diferente a sus jefes.

La segunda propuesta tenía por objeto más control y espacios para la cúpula. Las corrientes mandaron a jóvenes a hablar contra la acción afirmativa de jóvenes, y a mujeres para hablar contra las mujeres. No encontraron migrantes para el suicidio. Las primeras dos no pudieron echarlas abajo pero la tercera sí.

En el siguiente congreso se votó primero no discutir, sólo votar (IDN votó a favor). Pocos nos marchamos. No tenía caso. Planteamos ese era el final del camino. Después, en el mismo congreso reconsideraron la votación: que si se discutiera. Pero el mal estaba instalado en la asamblea, el ánimo de los dirigentes y votantes profesionales.

Por la estrategia de concentración de poder buscaron eliminar el reducto donde los militantes pueden opinar y decidir (a veces contra su corriente). Ese reducto eran los comités municipales.

En Morena, el objetivo de esa reforma retrograda se logró, no en los estatutos, pero si en los hechos: no existen comités municipales. Para cambiar no debe fraccionarse a la militancia en comités inconexos y carentes de decisión.

El estilo priista de la organización territorial es ni pichar, ni cachar y dejar batear (a los de arriba).

Los comités municipales deben formarse y ser participativos.

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