La posible conformación del equipo de política exterior de Donald Trump, si regresara a la Casa Blanca, dibuja un panorama inusualmente radical. La selección de figuras como Marco Rubio, Elise Stefanik y Mike Waltz no solo proyecta una inclinación hacia políticas neoconservadoras, sino que también evidencia una agenda que, en ocasiones, parece más alineada con los intereses de Israel que con los de Estados Unidos. Este enfoque no es nuevo, pero sí lo es la intensidad y el nivel de intervención propuestos.

Uno de los nombres más polémicos es el de Marco Rubio, posible Secretario de Estado, quien ha mantenido una línea agresiva contra China. Según datos del Pew Research Center, el 82% de los estadounidenses hoy en día ven a China como una amenaza económica y política, una percepción que Rubio comparte y amplifica. Sin embargo, su enfoque no se limita a Asia: Rubio es conocido por promover sanciones severas contra Venezuela y Cuba, endureciendo la política hacia América Latina y perpetuando una visión intervencionista en la región. Además, su postura sobre Israel es clara y radical: el apoyo incondicional al gobierno israelí es, para él, una constante, y no ha dudado en justificar acciones controvertidas del Estado hebreo, incluso en temas que han generado críticas internacionales, como las políticas hacia los territorios palestinos.

Por otro lado, Elise Stefanik, una joven figura política y probable representante ante la ONU, ha demostrado una afinidad total hacia la agenda de Trump. Su perfil es un claro ejemplo del nuevo ala radical del Partido Republicano. Defensora de sanciones extremas contra Palestina y proactiva en su apoyo a Israel, Stefanik incluso ha sugerido, en otras ocasiones, que la ONU favorece a grupos como Hamás.

No es sorpresa, pues, que su nombramiento generaría una ola de resistencia en las Naciones Unidas, donde Stefanik presionaría, sin duda, por decisiones que legitimen acciones controversiales y beligerentes de Israel en Gaza y los territorios ocupados. Las decisiones que defiende, que se asemejan a las estrategias de la era McCarthy, también han impactado negativamente en el diálogo entre sectores políticos en Estados Unidos. Mike Waltz, quien podría ser el Asesor de Seguridad Nacional, completa este trío de políticas beligerantes.

Exasesor de Dick Cheney en la era Bush, Waltz continúa una línea de política exterior centrada en la expansión del poder militar estadounidense y la defensa agresiva de los aliados estratégicos. Su abierta posición contra un alto al fuego en Gaza revelan su perfil de halcón. Según el Institute for Policy Studies, las intervenciones militares de Estados Unidos han tenido un costo de más de 6 billones de dólares desde 2001.

Para Waltz, estas cifras parecen justificar una política aún más activa, con mayores recursos para operaciones militares y sanciones a países. Su experiencia en seguridad lo coloca en una posición de autoridad para influir en la política exterior de Trump, aunque sus posturas podrían escalar conflictos regionales en Medio Oriente y crear tensiones con socios estratégicos de la OTAN.

Las cifras de aceptación en política exterior de Biden, según Gallup, se encuentran en torno al 41%, una caída que no se debe a una falta de visión, sino a los desafíos de gobernar y administrar. La inclinación de Trump y su equipo por una política más confrontativa podría encontrar apoyo en el electorado republicano, pero también implica riesgos de desgaste en la reputación internacional de Estados Unidos y de aumento de tensiones en regiones sensibles.

Trump parece haber seleccionado para su equipo de política exterior a personajes con posturas mucho más extremas y explícitas en comparación con los perfiles más burocráticos del equipo demócrata. Las nominaciones propuestas no solo se oponen a la política exterior de Biden, sino que, además, sugieren una tendencia a alinearse con los sectores más extremos del electorado.

¿Qué busca Trump con esta estrategia? ¿Realmente estos miembros implementarán lo que dicen o solo es retórica? Evidentemente, enfrentarán limitaciones institucionales y legales que dificultarán un cambio tan radical en la política exterior de Estados Unidos. Es probable que estas posturas tan contundentes se queden en el discurso para el electorado interno, mientras que hacia el exterior tendrán que replantearse una estrategia más coherente. Lo lógico sería pensar que son, en gran medida, discursos más que una política real..

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