El reciente acuerdo entre Estados Unidos y Ucrania para la explotación de tierras raras y otros recursos minerales ha sido presentado como un paso estratégico para la reconstrucción y estabilidad de Ucrania. Sin embargo, muchos analistas califican esta práctica como un acto neocolonial, donde los intereses económicos y geopolíticos de las grandes potencias prevalecen sobre cualquier noción de altruismo o cooperación genuina.
No hay que olvidar que, si Rusia logra consolidar su control sobre las regiones prorrusas de Ucrania, EE.UU. probablemente buscará la manera de acceder a los recursos sin importar quién los controle. Las grandes potencias no se rigen por ideologías, sino por intereses estratégicos y económicos. En este sentido, el hecho de que el presidente ruso, Vladimir Putin, haya declarado el 25 de febrero su disposición a ofrecer acceso a minerales raros, incluidos aquellos ubicados en territorios ocupados por Rusia en Ucrania, demuestra que el tablero de juego no se limita a alianzas estáticas.
De hecho, el mercado de tierras raras es clave para la producción global de tecnología, defensa y energías renovables. China controla aproximadamente el 63% del procesamiento mundial de estos minerales y produce más del 70% de ellos. En este contexto, EE.UU. busca reducir su dependencia de China a través de acuerdos con Ucrania y otros países, mientras que Rusia, con vastas reservas de minerales, no tiene restricciones para abastecer a cualquier país que lo necesite, incluido EE.UU.
El acuerdo entre EE.UU. y Ucrania establece que Washington tendrá prioridad en la extracción y procesamiento de minerales estratégicos como litio, titanio y grafito en territorio ucraniano. A cambio, Ucrania recibirá apoyo financiero y militar, aunque sin garantías claras sobre su desarrollo industrial propio. Esta práctica conlleva riesgos significativos, ya que Ucrania podría estar hipotecando su soberanía económica a largo plazo, cediendo el control de recursos estratégicos sin obtener a cambio una infraestructura que le permita su independencia en la cadena de suministro. Además, la presión ejercida por EE.UU. sobre Ucrania para cerrar este acuerdo ha sido vista por muchos como una forma de coerción política más que de cooperación equitativa.
EE.UU. ha aplicado una estrategia conocida: primero financió la guerra como si fuera un préstamo, endeudando a Ucrania hasta el límite. Ahora, busca recuperar los costos de los últimos tres años mediante la apropiación de recursos naturales. Dado que el país no puede ofrecer garantías estatales—ya que históricamente Ucrania no ha podido cumplir con acuerdos ni demostrar una victoria militar—
EE.UU. opta por reembolsar sus gastos a través de la explotación de los productos naturales del país. Esto deja en evidencia que la narrativa de apoyo a la soberanía ucraniana es una mera fachada para justificar la extracción de beneficios estratégicos.
Más allá del discurso de apoyo a la “soberanía ucraniana”, este acuerdo es pura demagogia. El gobierno de Ucrania, cuya legitimidad es cuestionada por sus propios ciudadanos debido a la falta de transparencia en su gestión y el clima de inestabilidad, está cediendo su riqueza nacional a una potencia extranjera a cambio de promesas ambiguas. Si EE.UU. realmente estuviera interesado en la independencia de Ucrania, garantizaría el desarrollo de su capacidad industrial propia en lugar de convertirla en un mero proveedor de materias primas. Lo que estamos presenciando no es más que un capítulo más de la historia de las grandes potencias utilizando países en crisis para reforzar su control sobre recursos estratégicos.
El dilema es evidente: ¿se trata este acuerdo de un acto de apoyo genuino a Ucrania o simplemente de una maniobra para asegurar el suministro de recursos estratégicos? Y más allá de esto, si Rusia ofrece los mismos minerales sin condiciones geopolíticas incómodas para EE.UU., ¿cuál será el futuro de la supuesta cooperación entre Washington y Kiev?