El conflicto en Gaza no es simplemente un capítulo más en la larga historia de tensiones en Medio Oriente; se ha convertido en una pieza fundamental del ajedrez electoral estadounidense. Las elecciones de 2024 en EE.UU. y la guerra en Gaza se retroalimentan. No se trata solo de cómo la política exterior puede influir en el resultado electoral, sino de cómo la situación en Gaza también está reconfigurando el discurso interno de los candidatos.
El bloque demócrata, al alinearse abiertamente con Israel, ha generado malestar en los sectores más progresistas de su coalición, especialmente entre jóvenes y comunidades musulmanas en estados clave como Michigan y Pensilvania. Sin el apoyo de estos grupos, los demócratas podrían enfrentar una desbandada que fracture su base electoral, poniendo en peligro su permanencia en la Casa Blanca.
Donald Trump, por su parte, no pierde oportunidad para criticar la gestión de Biden, posicionándose como el líder fuerte y decidido que resolvería los conflictos rápidamente. Sin embargo, su enfoque pro-Israel podría no ser suficiente para movilizar nuevos votantes judíos hacia los republicanos. La polarización sigue aumentando, y cualquier ventaja electoral puede depender del equilibrio entre la lealtad a Israel y el descontento de los votantes progresistas, una tensión que Biden no ha sabido gestionar del todo.
Kamala Harris, como candidata demócrata, enfrenta un desafío aún mayor. Aunque ha defendido el derecho de Israel a la autodefensa, también ha mostrado preocupación por la crisis humanitaria en Gaza, pidiendo un alto al fuego. Esta postura de equilibrio ha resultado problemática: ni los defensores acérrimos de Israel ni los progresistas satisfechos con su tibieza parecen estar completamente a su favor. Si Harris llega a la presidencia, es probable que mantenga las alianzas estratégicas con Israel, pero con mayor presión para impulsar una solución diplomática. Esto podría calmar algunas tensiones internacionales, pero también alienaría a votantes que buscan posiciones más definidas y menos ambivalentes.
Trump, en cambio, ha dejado claro que, de ser reelegido, su respaldo a Israel sería incondicional, lo que profundizaría el conflicto en Gaza y aislaría aún más a Estados Unidos en el escenario internacional. La política exterior de Trump ya ha demostrado que prefiere actuar unilateralmente, lo que podría agravar las tensiones en Medio Oriente e incrementar la violencia en la región.
Pero el conflicto en Gaza no es solo una variable en la elección; también moldea las opciones de política exterior disponibles para los candidatos. La presión de los grupos de interés y la influencia internacional limitan el margen de maniobra de ambos partidos. La realidad es que la guerra en Gaza y las elecciones están entrelazadas en un ciclo donde cada una afecta a la otra, reflejando que el conflicto no es simplemente un tema de campaña. Es un campo de batalla político que expone las fisuras internas de la política estadounidense y su influencia global.
¿Es realmente posible que Estados Unidos alguna vez priorice la paz sobre sus intereses estratégicos? A lo largo de las décadas, independientemente del partido que gobierne, la política exterior de EE.UU. ha seguido centrada en el control geopolítico de Medio Oriente. No es una coincidencia: más allá de los discursos, la prioridad siempre ha sido la estabilidad regional como herramienta de poder, incluso a costa de perpetuar conflictos. La historia nos ha mostrado que las administraciones no buscan tanto la paz, sino la preservación de su influencia.