La política de aranceles y restricciones impuesta por Donald Trump a países aliados y socios comerciales, como Colombia y México, puede parecer una estrategia efectiva a corto plazo para presionar a los gobiernos extranjeros y reforzar una narrativa de fuerza. Sin embargo, esta táctica plantea graves riesgos para los intereses económicos, diplomáticos y estratégicos de Estados Unidos a largo plazo, dejando a otros actores globales en una posición de empoderamiento.
La imposición de aranceles del 25% a productos colombianos no solo afecta la economía de Colombia, sino que también incrementa los costos para los consumidores y empresas estadounidenses. Según datos de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, los aranceles aplicados en 2018 a China y otros países resultaron en un aumento promedio del 12% en los precios de bienes importados, afectando especialmente a sectores como la tecnología, los alimentos y la industria automotriz.
A largo plazo, estas medidas alimentan la inflación interna, que ya alcanzó un 4.9% en 2024, por encima del objetivo del 2% establecido por la Reserva Federal. Este aumento en los precios reduce el poder adquisitivo de los estadounidenses y afecta el crecimiento económico. De hecho, un estudio del Peterson Institute for International Economics estimó que los aranceles impuestos entre 2018 y 2020 costaron a la economía de EE.UU. cerca de $80,000 millones al año en pérdida de PIB.
Las sanciones y aranceles unilaterales están erosionando la confianza de los aliados de Estados Unidos y empujándolos hacia nuevos bloques económicos y políticos. Por ejemplo, América Latina ha fortalecido sus lazos con China, que en 2023 se convirtió en el principal socio comercial de Brasil, Chile y Perú. El abandono de acuerdos multilaterales y el aislamiento de socios clave como Colombia podría facilitar el avance de la influencia china y rusa en la región.
Además, el uso de sanciones económicas como herramienta política envía un mensaje de inestabilidad e imprevisibilidad. Países afectados por estas medidas están buscando diversificar sus relaciones comerciales y depender menos del mercado estadounidense. La reciente propuesta del presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, para usar monedas locales en lugar del dólar en el comercio intrarregional en América Latina es un claro ejemplo del debilitamiento del liderazgo financiero de Estados Unidos.
Mientras Estados Unidos utiliza los aranceles como un arma económica, sus principales rivales —China y Rusia— están capitalizando esta estrategia para ampliar su influencia. China, a través de su Iniciativa de la Franja y la Ruta, ha ofrecido acuerdos de inversión sin condiciones políticas a países en desarrollo, ganando aliados donde antes predominaba la influencia estadounidense.
En América Latina, las inversiones chinas han crecido un 140% en la última década, alcanzando los $450,000 millones en 2024, mientras que los flujos de inversión estadounidenses se han estancado. A medida que Estados Unidos se enfrenta a un déficit comercial con China de $382,900 millones (datos de 2024), su posición económica sigue debilitándose frente al gigante asiático.
A largo plazo, la política de Trump también amenaza la credibilidad de Estados Unidos como un líder en el comercio global. Las sanciones y restricciones percibidas como arbitrarias desincentivan a otros países a participar en acuerdos liderados por Washington, debilitando instituciones como la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Además, las cadenas de suministro globales, esenciales para la competitividad de empresas estadounidenses, podrían fragmentarse aún más. Empresas como Apple, General Motors y Boeing han expresado su preocupación por el impacto de estas políticas en su capacidad para operar eficientemente, señalando costos adicionales de miles de millones de dólares.
¿Es esta la estrategia de un líder global? ¿O acaso estamos viendo el principio del fin del dominio económico estadounidense? ¿Qué ganará Estados Unidos en un mundo que ya no confía en él? ¿Vale la pena el costo?