“Tuve una suerte increíble de que el primer día que me tocó ir las pude ver” me cuenta Amanda Avitia, una de las voluntarias que participó en el programa de monitoreo de la vaquita marina que se llevó a cabo en mayo pasado.
“Una investigadora fue la primera en avisar que había visto y todos empezamos a buscar con los binoculares. En ese momento estás buscando y cuando por fin alcanzas a ver, te da un sentimiento increíble, como una euforia colectiva. Algunos de los investigadores incluso estaban llorando” me cuenta emocionada.
Y no es para menos. El desafío para salvar a la vaquita marina es de proporciones titánicas. Esta hermosa especie endémica ha sido el daño colateral más visible de la pesca ilegal que se ha llevado a cabo en el Alto Golfo de California por décadas. A principios de los años 90s se contabilizaban alrededor de 500 ejemplares, sin embargo una década después, en 2008, la población había disminuido a menos de la mitad (245). Pero el verdadero declive sobrevino entre el 2008 y el 2016 cuando, de acuerdo con los datos de los investigadores, alcanzamos una tasa de reducción del 45 por ciento anual.
De 2016 a 2019 llegamos al alarmante número de 10 ejemplares. Y el miércoles pasado se dio a conocer el resultado del último monitoreo anual realizado en la zona con un resultado de al menos 10 ejemplares, contando entre ellos una o dos crías.
Estos datos podrían parecer desalentadores. Sin embargo, hay un hecho que puede ayudarnos a mantener la esperanza. Y es precisamente que de 2019 a la fecha, si bien el número de ejemplares no ha crecido tampoco ha disminuido.
Por supuesto aún quedan lecciones por aprender y muchas, muchísimas cosas que mejorar antes de que podamos comenzar a ver una luz al final del túnel. La primera es que a nivel local (desde las propias comunidades pesqueras en la reserva del Alto Golfo de California, hasta a nivel nacional) sigue habiendo un gran desconocimiento sobre la vaquita.
Es alarmante que entre los pobladores mismos se pone en duda la existencia misma de la vaquita. Al ser tan pequeña su población, hay pocos avistamientos lo que ha llevado a muchos a creer que se trata de un mito, una especie que nunca ha existido. Si se cree que algo no existe, no hay forma de convencer de la necesidad de su protección y conservación. ¿Quién va a involucrarse en rescatar a pie grande?
Lamentablemente, sabemos aún muy poco aún de la vaquita y de su comportamiento. Durante años se han cometido errores muy graves, algunos de ellos debido a la negligencia, la corrupción y el desinterés. Sin embargo, otros han sido la consecuencia de buenas intenciones llevadas a cabo sin estrategia ni conocimiento científico.
El caso del proyecto VaquitaCPR en 2017 es la muestra de esto último, cuando una madre y una cría de vaquita fueron puestas en un corral en el mar en una “misión de rescate”. Una murió por stress y la otra fue puesta en libertad con pocas posibilidades de supervivencia. “Es una especie que no soporta el cautiverio” me confirma Abelardo Castillo, especialista en Geografía Humana y Vida Silvestre de CEDO.
“Con Jack Cousteau en los 90s se creó el plan para la conservación de la vaquita. Gobiernos locales y federales han pasado y nada de eso se hizo” platica Rubén Avizu, Director para América Latina de Ocean Futures, cuya cabeza es Jean Michel Cousteau, hijo del famoso explorador francés. En la actualidad, una buena parte del trabajo de conservación es llevado a cabo por organizaciones de la sociedad civil nacionales e internacionales mientras que desde el gobierno federal, se ha recortado el presupuesto destinado a la protección y conservación de especies. “Debemos salvar a la vaquita, debemos hacer algo por un animal que es único en el mundo” me dice Rubén con convicción.
Ayer se conmemoró el Día Mundial de los Océanos. Que mejor momento para recordar que la vaquita sigue siendo el mamífero marino más amenazado del mundo. Pero sigue existiendo y mientras aún existan ejemplares, hay esperanza. Aferrémonos a ella, por nosotros y por las generaciones que vienen. Rescatar a la vaquita puede tener mucho más impacto del que pensamos. Ya les platicaré por qué.
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