El 2020 fue el año del Covid-19, el de las cuarentenas, el encierro, la inseguridad económica y física, la quiebra de negocios, la pérdida de empleos y la muerte de millones de personas La pandemia ha tenido efectos devastadores en la economía, en la dinámica social y, por supuesto, en la salud de los ciudadanos de los países de todo el mundo. La democracia es un daño colateral.

El índice de Democracia 2020, desarrollado por The Economist, presenta una radiografía del estado en que se encuentra la democracia en 165 países, enfocándose en el impacto de la pandemia en la limitación a las libertades a una escala masiva contribuyendo a alimentar la intolerancia y la censura. Tras varios años en declive, el 2020 ha representado para la democracia el peor año desde que The Economist comenzó su encuesta hace 15 años.

El documento de The Economist coincide con los resultados presentados en el Reporte sobre la Libertad en el Mundo elaborado por Freedom House aplicado a 210 países y que concluye que el 2020 es también el peor año para la democracia también desde 2006.

El crecimiento del autoritarismo en el mundo está cambiando el equilibrio internacional y la balanza parece estarse inclinando en favor de las autocracias. Aún en países democráticos, el uso de la fuerza del Estado para atacar a la oposición y para el ajuste de cuentas empieza a ser cotidiano. Tras el pretexto de la protección de la salud, las libertades se suprimen, la información se oculta y se privilegia el abuso de poder.

Paradigmas de la democracia han sucumbido víctimas de la pandemia populista y autoritaria. Desde Estados Unidos hasta el Reino Unido, el discurso populista se ha apoderado de la palestra bajo una narrativa de superioridad frente a una democracia debilitada, “defectuosa”. Esa narrativa ha sido alimentada desde regímenes claramente autoritarios como Rusia y China donde las libertades brillan por su ausencia y la transparencia, la rendición de cuentas y los abusos son la norma.

Décadas atrás, la democracia parecía haberse convertido en el fin último. Esa narrativa encontró en su clímax en el arribo de las exrepúblicas soviéticas al puerto de la democracia. Pero la promesa de libertad política sin más compromiso con el bienestar de la ciudadanía se convirtió en un lastre insoportable. Hoy, esos países y otros tantos en Asia o América Latina, han vuelto a caer en el autoritarismo o en la ruptura interna motivada por nacionalismos o regionalismos insuperables.

La libertad parece estar en retirada y una proporción cada vez más alta de ciudadanos en el mundo pareciera ver con buenos ojos esa caída. En aras de encontrar una satisfacción a sus necesidades básicas, un buen porcentaje de ciudadanos han estado dispuestos, desde hace años, a sacrificar sus libertades.

Pero la dicotomía es falsa. La narrativa de que la democracia es incapaz de generar bienestar es abiertamente falaz. Las democracias europeas, particularmente las del norte del continente, son una muestra irrefutable de que hay una democracia posible política, social y económicamente. Es urgente combatir esa narrativa. Es urgente que los mejores exponentes de la democracia sustantiva se pronuncien en favor de ésta y en contra del crecimiento del populismo y el autoritarismo. Es urgente porque los enemigos de la democracia se apoderan de ella usando sus propios mecanismos de participación y libertad, pero cuando llegan al poder, cancelan esas posibilidades y recuperarla se vuelve casi imposible. Por eso es urgente defender a la democracia, porque si no es la democracia ¿entonces qué?

Twitter: @solange_ 

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