Era la noche del 23 de junio de 2016, las urnas habían cerrado y los ciudadanos del Reino Unido esperaban ansiosos el resultado de un referéndum que habría de consolidar su futuro como parte integral y fundamental de la Unión Europea. O al menos eso era lo que predecían dos terceras partes de las más de 160 encuestas que se levantaron aquellos meses.
Así lo creía un confiado David Cameron que insistió en llevar a su país a ese puerto confiando en que la opción por “permanecer” en la Unión era mayoritaria. No contaba, como no contaban millones de británicos, con el voto oculto, con aquellos ciudadanos que no quisieron revelar su intención de voto.
Las razones para no reconocer afiliación política o intención de votar durante una encuesta son variadas: desde el miedo a perder recursos de programas sociales, a ser identificado con cierta opinión política y ser estigmatizado o a tener repercusiones violentas por ello, hasta la desconfianza en las instituciones. Lo anterior provoca que algunos votantes se sientan menos inclinados a compartir abiertamente sus preferencias electorales.
Cuando Trump ganó en 2016 prácticamente ninguna encuesta lo anticipaba. El voto oculto tuvo un papel significativo, es decir, partidarios de Trump no estuvieron dispuestos a revelar sus preferencias le dieron el triunfo y lo llevaron a la Casa Blanca. A eso se sumó, el impacto que tuvo entre los electores indecisos la reapertura de la investigación del FBI sobre los correos electrónicos de Hillary Clinton durante su gestión como Secretaria de Estado.
Polonia es otro caso que ilustra la reticencia de la gente a revelar sus verdaderas preferencias electorales. Durante el proceso electoral del 2019-2020, las encuestas auguraban una cómoda victoria para el derechista y entonces presidente Andrzej Duda y su partido Ley y Justicia (PiS, por sus siglas en polaco). Un mes antes Duda aparecía con más del 41% de intención de voto mientras que el opositor Rafal Trzaskowski solamente mostraba un 28%. Los resultados electorales si bien favorecieron la continuidad de Duda y su partido, estuvieron bastante más competidos que lo mostrado en las encuestas. Duda ganó con 51% vs 49% de Trzaskowski. Años después, en 2023 la oposición lograría la mayoría parlamentaria para formar gobierno y quitar a Duda y la ultra derecha del poder.
En el México de este enero de 2024, la mayoría de las encuestas auguran un triunfo seguro de Claudia Sheinbaum y la continuidad de Morena. Las encuestas se han equivocado antes y pueden volver a hacerlo.
Desde la homilía mañanera de Palacio Nacional nos han hecho creer que el resultado de esta elección ya está decidido desde ahora. Pero éste es un gobierno que se ha distinguido por representar todo aquello por lo que los mexicanos votaron en contra: corrupción, nepotismo, ineptitud e inseguridad.
Hay quienes aseguran que el voto duro de Morena y su capacidad de movilización electoral será suficiente para asegurar su triunfo pero ¿qué tan confiable es ese voto duro? Los malos resultados del gobierno, especialmente con los más pobres se harán notar en las boletas el próximo 2 de junio.
Son ellos, los más vulnerables, los que están sufriendo por un sistema de salud en declive, por la falta de medicamentos, pero sobre todo, los que están muriendo por millares a manos de la delincuencia organizada protegida por el gobierno actual.
El gobierno confía en que puede manipular a los ciudadanos con sus programas sociales, pero se olvida que los mexicanos hace tiempo aprendimos que nuestro voto cuenta y que sirve para cambiar gobiernos corruptos e ineptos. Esto representa una oportunidad para la oposición. La capacidad de Xóchitl para abordar estos temas de manera efectiva y convincente podría ser determinante en el resultado final de la elección.
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