Era el 15 de mayo del 2023 y Turquía amanecía con la resaca electoral y los sueños de cambio hechos jirones. Los resultados desafiaron los pronósticos de encuestas y analistas por igual: Erdogan volvió a ganar las elecciones.
Luego de veinte años en el poder, con una mala gestión de la catástrofe tras los terremotos de febrero de 2023, altos niveles de inflación y el aumento del costo de vida en los últimos dos años, muchos predijeron una estridente derrota. Eso, sin embargo, no sucedió. ¿Cómo es posible que con tan magros resultados este líder populista haya sido reelecto?
Este fenómeno no es aislado, es un resultado que desafía la lógica política convencional y requiere explicar los mecanismos del populismo que ayuda a comprender lo que parece ser un nuevo triunfo del kirchnerismo en Argentina el 19 de noviembre y ofrece lecciones cruciales para México rumbo al 2024.
Consideremos dos factores cruciales: 1) La percepción de la oposición y 2) la retórica populista y su resonancia emocional. En Turquía la oposición se aglutinó en una alianza formada por partidos políticos ideológicamente dispares que no lograron convencer a los electores de que, en caso de ganar, podrían gobernar el país. Su heterogeneidad fue percibida como debilidad.
Venezuela también sirve de ejemplo. La oposición de ese país, sumida en divisiones y con estrategias difusas, enfrentó hace unos meses su primera elección primaria en más de una década, revelando las fisuras de una coalición que no ha logrado presentar una alternativa convincente al chavismo en décadas.
Por su parte, la retórica en los regímenes populistas se ancla en la promesa de defender al pueblo contra una élite considerada corrupta. Esta narrativa, a menudo acompañada de acciones que se presentan como beneficios directos a la población, como programas sociales o proyectos de infraestructura, se fusiona con un discurso emocional que resuena con los electores, logrando mantener su lealtad más allá de las realidades económicas y sociales adversas. Con esta retórica, líderes como Erdogan han logrado capitalizar tragedias nacionales para fortalecer su imagen, o la de sus partidos, como “protectores del pueblo.”
Las similitudes con otros líderes populistas como López Obrador son claras. Su gobierno ha sido cuestionado por la gestión de la pandemia, escándalos de corrupción, mala gestión gubernamental y ahora el desastre en el manejo del huracán Otis. Pero hay que ser cuidadosos, al igual que en Turquía, estos elementos no necesariamente son los que predecirán los resultados electorales.
En mayo, Erdogan y su alianza partidista ganaron incluso en los lugares donde el temblor causó más daños. Su mala gestión no tuvo impacto en el voto. La Argentina kirchnerista que enfrenta niveles de inflación por encima del 130% dio su respaldo en primera vuelta (y la dará en la segunda) a uno de los principales responsables de la debacle económica.
A pesar de todo, el ejemplo de Polonia hace unos meses podría ser útil. La unión de la oposición con un compromiso firme de restaurar estándares democráticos, sumado a una alta participación ciudadana en las elecciones, pueden ser la clave del cambio. La lección es clara: sin una alternativa opositora convincente, el descontento con los resultados no garantiza una derrota electoral. Se necesita una oferta política cohesiva que, más allá de la crítica, proponga una visión de país que resuene en las urnas y entre los electores.