"[El presidente de México] ha entregado gran parte de su territorio nacional a los narcotraficantes que controlan esas áreas. Eso a nosotros nos importa porque estamos viendo las consecuencias de esa violencia, esa criminalidad entrando a nuestra frontera". Con estas palabras, Marco Rubio resumió en mayo de 2023, en entrevista con EL UNIVERSAL, su visión de la crisis de seguridad que afecta a México y su impacto en los Estados Unidos. La declaración, contundente y provocadora, anticipaba el tono de su postura frente a uno de los temas más sensibles en la relación bilateral: la creciente influencia de los cárteles del narcotráfico y su supuesta connivencia con autoridades mexicanas.

Ahora, como el nominado de Donald Trump para liderar el Departamento de Estado, Rubio se enfrenta a un reto mayor: demostrar que puede equilibrar sus duras críticas hacia México con un enfoque pragmático que permita la cooperación en temas cruciales como el comercio, la seguridad y la migración. ¿Podrá el otrora halcón moderar su vuelo desde las alturas del Departamento de Estado? ¿O sus garras seguirán afiladas, listas para arremeter contra un vecino al que considera, cuando menos, negligente ante el crimen organizado?

En su reciente audiencia de confirmación en el Senado, Rubio pareció moderar el lenguaje incendiario que utilizó durante la campaña presidencial. Aunque insistió en la gravedad del problema del narcotráfico en México, llegó a preferir “trabajar con México, no bombardearlo” para enfrentar a los cárteles, en un marcado contraste con su retórica previa. Este giro retórico, sin embargo, no generó mayor controversia entre los senadores demócratas, quienes se mostraron inusualmente complacientes. Tampoco generó mayor revuelo su insistencia en la posibilidad de usar la fuerza militar contra los carteles, una posición que en el pasado habría sido considerada extrema.

Todo parece indicar que la confirmación de Rubio estaría garantizada, con un apoyo significativo incluso de los demócratas. Esta actitud refleja una estrategia pragmática: ven en Rubio a un republicano con quien pueden trabajar en algunos temas clave y prefieren no debilitarlo frente a una administración Trump que seguramente será dominada por figuras más radicales del movimiento MAGA. Los demócratas parecen apostar a que Rubio enfrentará desafíos internos, especialmente por las tensiones con una base trumpista que desconfía de su perfil más tradicional y su trayectoria en política exterior.

Sin embargo, la verdadera prueba para Rubio no estará en el Senado, sino en los primeros días del nuevo gobierno. Trump ha prometido iniciar su ofensiva contra México desde el minuto uno de su administración, con una agenda que incluye la imposición de aranceles, medidas migratorias draconianas y una política de mano dura contra el fentanilo y los cárteles. ¿Podrá Rubio mantener su postura de colaboración sin ceder ante las presiones internas para adoptar una estrategia más agresiva?

El futuro de la relación entre México y Estados Unidos pende de un hilo. Para México, Rubio representa una mezcla de amenaza y oportunidad. Su historial indica que comprende la importancia del TMEC y la interdependencia económica entre ambos países, pero sus declaraciones también revelan una disposición a usar el comercio y la seguridad como herramientas de presión. En un contexto tan polarizado, la confirmación de Rubio podría ser solo el preludio de un desafío mucho mayor: cómo navegar una relación bilateral marcada por tensiones históricas y nuevos riesgos en un escenario global cada vez más complejo.

En última instancia, la verdadera pregunta no es si Rubio logrará ser confirmado, sino si podrá ser el contrapeso que México necesita dentro de una administración que, de momento, no parece interesada en tender puentes.

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