“Un golpe de Estado en marcha” decía el martes el Ministro de Defensa, Vladimir Padrino López en referencia a las masivas manifestaciones contra el fraude electoral en Venezuela. Rodeado de toda la cúpula militar, Padrino López parecería haber enviado un mensaje a la oposición a quienes habría calificado de terroristas.
Por años, la lucha por la democracia en Venezuela ha encontrado en las fuerzas armadas de aquel país, uno de los obstáculos más poderosos. Y es que Chávez, al igual que otros líderes populistas autoritarios en el mundo, tenía claro que la lealtad del ejército es fundamental para sostenerse en el poder. Los libros de historia están llenos de dictadores, pero los que más han perdurado lo han hecho gracias a tener las armas de su lado.
Pero Maduro no es Chávez que era parte del ejército. Maduro no tiene el carácter o siquiera una pizca del carisma que tenía aquel. A pesar de ello, las Fuerzas Armadas Bolivarianas no han dudado en mantener su lealtad a Maduro y al chavismo. Y es que el chavismo más que ganarse la lealtad del ejército, la ha comprado.
En las últimas dos décadas ha permitido a las fuerzas armadas incrustarse en el poder civil. Los militares son hoy quienes administran aduanas, se encargan de la distribución de alimentos, de las minas, la construcción, energía, defensa y tienen el control total de la compañía petrolera más importante del país (PDVSA). Todo ello ha creado una casta dorada de altos mandos que, beneficiados por la corrupción, el clientelismo y el enriquecimiento, no encuentran hoy motivos para dejar de apoyar al régimen que los ha beneficiado tanto.
En los regímenes democráticos el papel de las fuerzas armadas se encuentra debidamente acotado en la Constitución y las Leyes. La lealtad del ejército en las democracias, es una lealtad institucional no a una persona en particular o a un grupo. No importa si gobierna A o gobierna B, el ejército se mantendrá leal a las instituciones y respetará la voluntad de la ciudadanía. Esto solamente se logra con los incentivos correctos. La lealtad a los gobiernos civiles se logra a través de un muy delicado equilibrio que de ser trastocado pone en riesgo al sistema en su conjunto.
Los dictadores, en su constante búsqueda de apoyo a falta de legitimidad, acuden presurosos a comprar lealtades. Al “transferir” funciones civiles a los oficiales del ejército, al permitirles inmiscuirse en actividades gubernamentales y enriquecerse ellos y sus grupos, se crea un incentivo perverso: ahora defienden sus propios intereses económicos. Tienen mucho que perder si el chavismo pierde el poder.
Por eso desde la oposición se han hecho llamados a los altos mandos del ejército para tratar de convencerlos de respetar el voto de la ciudadanía, lo cual solamente podría darse por dos razones, una de las cuales depende de Estados Unidos y son las sanciones económicas, particularmente las que aplicarían para PDVSA pues el golpe financiero sería directo también a los recursos de buena parte de los oficiales del ejército. Sin embargo las sanciones se han convertido en el cuento de Pedro y el Lobo. Estados Unidos amenaza pero en realidad no tiene interés ni intención de llevarlas a la práctica lo que ha hecho que Maduro y sus oficiales militares ignoren sus compromisos con la democracia y el respeto al voto.
La esperanza queda entonces en la movilización Ciudadana y en su capacidad de mostrar la total falta de legitimidad de Maduro. Solamente así podrían los oficiales de las Fuerzas armadas, dar un paso a un lado y ponerse del lado de los ciudadanos. Esto podría dar una oportunidad a la democracia aunque no estaría exento de otros riesgos.
Desafortunadamente, las expectativas de que algo así suceda son lejanas. En el Horizonte próximo, ante la inmovilidad internacional, Maduro se saldrá con la suya y seguirá en el poder apoyado por un ejército cada vez menos interesado en que la democracia vuelva al país. _
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