Ahora que México se acerca al medio millón de contagios y a los 55 mil decesos por coronavirus el mal manejo gubernamental de la pandemia es evidente. Para evaluar la dimensión del desastre no hace más que dar cuenta de las cifras espeluznantes que nos han llevado a ocupar el nada honroso tercer lugar en la cantidad de fallecimientos. Y eso solo con las cifras oficiales. El subregistro, aceptado por el propio gobierno, podría ser tres veces esa cantidad.
A tan sólo unas semanas del arranque del proceso electoral federal del próximo año, establecido constitucionalmente en septiembre próximo y llevarse a cabo en junio de 2021, la pregunta sobre la forma en que incidirá la pandemia en las elecciones se empieza a hacer cada vez más pertinente. Una parte del debate se ha centrado en las dificultades operativas para el ejercicio del voto. Las medidas de sana distancia, la limitación del aforo en espacios cerrados y la obligatoriedad de portar cubrebocas y demás medidas de protección, suponen retos nunca antes vividos en nuestro país.
A nivel global, distintos países han atravesado ya por estos procesos de los cuales será posible retomar las mejores prácticas y aprendizajes que le permitan a México solventar las dificultades con éxito. Sin embargo, el coronavirus también ha cambiado la forma en que se hacen las campañas ¿se puede convencer a los electores desde lejos? ¿Se puede hacer campaña sin contacto? ¿Se pueden tener eventos con 30% de aforo?
Quizá el referente obligado para nuestro país sea Estados Unidos, tanto por su cercanía geográfica como económica y comercial. Las elecciones que se celebrarán en noviembre podrían significar un cambio sustantivo en el rumbo del país o la continuidad al frente de un populista como Trump. A tan sólo tres meses de la elección en Estados Unidos la incertidumbre e inestabilidad se ha adueñado de la escena pública convirtiendo a este proceso en uno completamente distinto a lo vivido antes, especialmente en la campaña.
En estos días, el uso de cubrebocas y el guardar la distancia se ha convertido en un referente político de responsabilidad, se critica duramente al político que quien no lo usa como ha ocurrido con los tres líderes que encabezan las naciones más golpeadas por la letalidad del virus: Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil y López Obrador en México.
Para aquellos que se enfrenten a Trump en noviembre, o al partido oficialista Morena en México en junio, la disyuntiva estará justo en cumplir o no con esa responsabilidad esperada. Y es que la ecuación no es nada sencilla. Las campañas en México requieren cercanía con la gente, contacto físico, que se viva y que además se publicite. Que a través de los medios tradicionales y digitales la gente vea que hay muchos que apoyan a ese candidato.
La responsabilidad política exige que no se haga así, que la campaña sea responsable, que se eviten las aglomeraciones y la cercanía. Para López Obrador no hay disyuntiva. Él hace lo que quiere y no usa cubrebocas porque le teme menos al contagio que a la posibilidad de perder la elección. Así que ni él ni los candidatos de Morena serán responsables. ¿Qué harán entonces los candidatos de oposición? ¿Qué tanto impactará lo que hagan en el resultado electoral? ¿Que pensará la ciudadanía que puede ser más importante? No son preguntas ociosas y tampoco son preguntas que se adelanten demasiado. El proceso electoral en Mexico se verá seriamente afectado y es tiempo de que la oposición empiece a debatir esto internamente si es que buscan arrebatar la mayoría en el Congreso a Morena y sus aliados.
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