La reciente sesión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas dejó al descubierto, una vez más, la complejidad del conflicto Israel-Palestina. A pesar de un intento casi unánime por condenar la violencia y buscar una solución humanitaria, Estados Unidos, con su poder de veto, decidió abstenerse, argumentando la omisión del derecho de Israel a la autodefensa. Esta acción, más allá de las críticas inmediatas, refleja un problema más profundo: la incapacidad crónica de la comunidad internacional para abordar de raíz este conflicto.
Durante décadas, la ONU ha intentado, sin éxito, mediar en la creación de dos Estados que convivan en paz. Sin embargo, la constante violación de resoluciones por parte de Israel y la ambigüedad en las políticas exteriores de las grandes potencias han mantenido viva la mecha del conflicto. Esta ambivalencia ha permitido que grupos terroristas sigan operando con impunidad, incluso más allá de Gaza o Cisjordania, con la complicidad tácita de naciones como Turquía y Catar que por años han dado asilo a sus líderes.
El brutal ataque de Hamas el pasado 7 de octubre, con un saldo devastador de más de 1,400 israelíes asesinados a sangre fría, ha reavivado el debate. Israel enarbola su legítimo derecho de defensa, pero el exceso de fuerza, sumado a décadas de conflicto y ocupación han enrarecido el ambiente aún entre la población de países que han sido históricamente sus aliados naturales. Aunque es comprensible su deseo de neutralizar a Hamas y evitar que vuelva a ocurrir un ataque similar en su territorio, una invasión total en Gaza podría tener consecuencias aún más catastróficas que las que ya están ocurriendo en Gaza.
La compleja red de Hamas, escondida entre la población civil, a la que utiliza como escudo humano, convierte cualquier intento militar en un desafío con un alto costo humano, que solo servirá para radicalizar aún más a la región y erosionar más -si se puede- la posición internacional de Israel.
La solución no puede ser puramente militar. Hamas, más allá de ser una organización terrorista, representa una ideología. Aunque Israel lograra desmantelar su estructura actual, mientras persistan las condiciones que alimentan su apoyo, surgirán nuevos grupos y movimientos. La verdadera solución radica en ofrecer a los palestinos un futuro de autodeterminación y paz. Esto pasa por entender el verdadero papel que ha jugado Benjamín Netanyahu, líder de Israel, en la radicalización de la sociedad palestina. Sus políticas de asentamientos en territorios palestinos, su permisividad sobre lo que ocurría en la Franja, su activo interés en desdeñar a la Autoridad Palestina, opción civil y política que hoy gobierna en Cisjordania, fueron algunos de los elementos que permitieron el fortalecimiento de Hamas.
La ONU, y las potencias que la conforman, deberían asumir un papel más activo y decidido a la hora de denunciar a Hamas como lo que es, una organización terrorista que actuó de manera cruel contra civiles israelíes desarmados que deberán ser juzgados por crímenes de odio. Al mismo tiempo debe también denunciar el abuso que significan los bombardeos israelíes contra la Franja, y exigir a Israel que actúe apegado al derecho internacional y sancionar cuando no ocurra así. Se debe exigir un cese al fuego con fines humanitarios y al mismo tiempo la liberación de los más de doscientos rehenes israelíes todavía en poder de Hamas.
La comunidad internacional debe reconocer que, mientras no se aborde la raíz del problema cualquier intento de solución será efímero. El papel de la ONU en estos años no ha sido efectivo y el resultado de eso ha quedado de manifiesto en lo que está ocurriendo estos días.
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