Era septiembre de 1993 y el mundo era testigo mudo de la firma de los llamados Acuerdos de Oslo. Documentos diseñados para poner fin a la lucha entre israelíes y palestinos y en los que se establecía un marco para la retirada gradual de Israel de partes de Gaza y Cisjordania, creando la Autoridad Palestina (AP) para asumir responsabilidades de gobierno en un periodo de transición de cinco años.

Esto incluía transferencias iniciales de control en Gaza y Jericó en 1994. Los Acuerdos reconocieron a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) como representante exclusivo de los palestinos, excluyendo deliberadamente a Hamas y otros grupos extremistas como la Jihad Islámica. La AP, surgida de Oslo, se comprometió a cooperar en seguridad con Israel, lo que implicaba desarmar facciones militantes como Hamas y prevenir "actos hostiles”.

Hamas, excluido del proceso de paz y acorralado por la AP que le exigía desarmarse, reconoce en 1993 que las condiciones no eran propicias para una militancia abierta. En una reunión secreta en Filadelfia, ocultan su militancia y utilizan el alias “Hermana Samah” para evitar ser detectado (Samah es Hamas al revés). Su objetivo, trazar una estrategia contra los Acuerdos de Oslo, desarrollar una estrategia que les permitiera sortear la presión internacional sin renunciar a su esencia: el uso de la violencia para minar a rivales palestinos y, en última instancia, aniquilar a Israel.

Durante los noventa, Hamas no se desarmó. Reclutaban en las sombras, reacumulaban arsenales y desataban atentados suicidas que hicieron añicos la incipiente confianza en la nueva Autoridad Palestina. 32 años después, bajo el plan de Donald Trump, el patrón parece replicarse.

La primera fase del alto el fuego, mediado por Washington, marca un avance tangible: rehenes israelíes, cautivos por más de dos años, regresan a casa, prisioneros palestinos han sido excarcelados, las fuerzas israelíes se han replegado, y la ayuda humanitaria fluye. Gaza, sin embargo, yace en ruinas. La segunda y tercera fases, desarme de Hamas y reconfiguración de la gobernanza en la Franja, desata ecos de Oslo: ¿cumplirá Hamas con lo estipulado? La historia pareciera indicar que no. Su supervivencia no radica solo en el control de Gaza, sino en una adhesión ideológica radical, donde la destrucción violenta de Israel es el pulso mismo de su existencia. Desarmarse equivaldría a extinguirse.

Hamas aceptó el pacto a regañadientes, acorralado por la realidad que lo dejó solo. Dos años de desgaste: miles de combatientes perdidos, mandos clave liquidados, un arsenal menguante, fondos exhaustos: el tiempo erosionaba su posición. Optaron, pues, por la maniobra: asentir formalmente al desarme, mientras rearticulan capacidades en las sombras.

Ya lo hacen. Brigadas de Hamas ocupan sitios evacuados por el ejército israelí, envueltas en ropa civil y rebautizadas "Fuerzas de Seguridad de Gaza", para afianzar dominio y saldar deudas con clanes opositores. Reclutan entre exprisioneros liberados y gazatíes frustrados, financiándose con desvíos de ayuda humanitaria. Irán filtra armas por contrabando; en Gaza, forjan cohetes caseros. Más grave aún, para afianzar el control, ejecutan a sangre fría a opositores. Un video difundido el martes por el propio Hamas muestra a sus miembros fusilando a ocho hombres vendados y arrodillados, tildados de "colaboradores y forajidos”. Apuntan a pandillas y clanes rivales, eliminando sombras para bloquear cualquier alternativa en la Franja.

La vía más efectiva para frustrar esta resurrección yace en instaurar con celeridad estructuras de seguridad y gobierno que lo desplacen. Nada de ello se vislumbra. En su lugar, Hamas se atrinchera, proyectando una ilusión de desarme.

La duda sobre el desarme es imperiosa, preocupa la réplica de Netanyahu, cuya intransigencia podría reavivar la hoguera, y la de Trump. Pero el verdadero desestabilizador no es solo Hamas sino Irán y sus proxies, acechando para perpetuar el caos. Oslo colapsó porque ignoró esta terquedad ideológica. Hoy, sin una autoridad palestina inclusiva y no radicalizada, la "paz eterna" de Trump parece un espejismo.

X: @solange_

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