Los últimos tres años han sido desafiantes para la democracia en todo el mundo. Si bien es cierto que ya antes de la pandemia del Covid-19, había un claro indicador de que la libertad en el mundo continuaba en declive, también es verdad que el 2023 pareció ser un año en el que la democracia habría llegado a un punto en el que su debilitamiento había encontrado un fin y que lo que venía era, inevitablemente, su fortalecimiento.
Sin embargo, parece que no fue así. El declive de la democracia en el mundo continuó durante el año anterior. En más de la mitad de los países, hemos visto deslices autoritarios cada vez más frecuentes, ataques a la libertad de expresión, elecciones fraudulentas y cada vez más ataques contra las instituciones responsables de controlar el poder y asegurar la rendición de cuentas: como los parlamentos, el poder judicial, los tribunales constitucionales y los órganos responsables de organizar elecciones.
2024 será una nueva oportunidad. Un año de elecciones en todo el mundo. De Turquía a Finlandia, de Nigeria hasta Egipto, y de Estados Unidos a Paraguay, sin olvidar a México, al menos 65 países tendrán un proceso electoral el siguiente año. Cada uno conlleva particularidades, pero en la mayoría, estarán marcados por factores que, en muchos de los casos, podrían volverse decisivos para que la democracia y las libertades se sostengan: el auge del populismo y el iliberalismo.
El auge del populismo y el iliberalismo
El principal alimento de los populismos que se han encumbrado en los últimos tiempos ha sido el nacionalismo. El nacional populismo, como el que hemos vivido en México desde hace cuatro años, pone en riesgo las libertades ciudadanas y el propio futuro democrático.
Si ben este fenómeno no es nuevo, su impacto en las elecciones de este año podría ser determinante. En países como Estados Unidos y Brasil, hemos visto cómo líderes populistas han manipulado emociones y percepciones, socavando las instituciones democráticas. En noviembre próximo, Estados Unidos vivirá una elección muy complicada en un país completamente polarizado. Pero el reto, que hasta hace algunos meses parecía solamente ser una disputa entre dos hombres cuasi octogenarios, ahora se ha convertido en uno de prueba sobre la adherencia a los valores de la democracia y las libertades.
Desde el ataque terrorista del grupo Hamas del 7 de octubre contra ciudadanos Israelíes indefensos, parte importante de la base electoral del partido demócrata se ha decantado por no apoyar a Joe Biden, su presidente, en su defensa de Israel. El crecimiento en las manifestaciones y la virulencia de las mismas, que recuerdan mucho a aquellas del movimiento Black Lives Matter, ha dejado claro que los jóvenes no están con Joe Biden y no apoyan la libertad de expresión.
Esta creciente polarización y la desconfianza en las instituciones democráticas no son exclusivas de una sola nación o región, sino que se han convertido en una tendencia global. En muchas democracias, los discursos que antes eran considerados extremos ahora se han normalizado, alterando el equilibrio político tradicional, la retórica incendiaria y divisiva se ha infiltrado en el discurso público, creando un ambiente en el que las opiniones moderadas y el diálogo constructivo a menudo quedan marginados. Esta situación representa no solo un desafío para la cohesión social, sino también para la integridad de los procesos electorales.
Frente a un panorama donde el populismo, el iliberalismo, y la polarización política desafían las estructuras democráticas tradicionales, cada voto emitido se convierte en un poderoso testimonio de la voluntad y los valores de los ciudadanos. Estos comicios no solo decidirán líderes; serán un reflejo directo del compromiso de la sociedad con los principios de libertad, justicia y respeto a la diversidad de pensamiento.
Twitter: @solange_