Con la oreja vendada, el expresidente Donald Trump, subió al escenario como la figura más importante del partido en años. Fue un espectáculo bien planeado y ejecutado, con las fotografías del día del atentado mostrando en tamaño gigante a un Trump recibiendo la bala, caído en el suelo y luego la icónica foto del expresidente de pie, con la cara ensangrentada y el puño en alto. Un espectáculo que incluyó un beso al casco del uniforme del bombero que murió al recibir las balas dirigidas a Trump.
“No debería estar aquí ahora”, diría el expresidente para luego hacer un llamado a la unidad. “Como estadounidenses, estamos unidos por la misma suerte y un destino compartido. Nos levantamos juntos —diría— o nos desmoronamos juntos”. Pero su llamado a la unidad y su promesa de ser presidente para todos quedaron rápidamente opacados por una nueva andanada de ataques y diatribas contra los demócratas, contra el presidente Joe Biden y por supuesto, contra los inmigrantes ilegales.
“La mayor invasión en la historia se está llevando a cabo justo aquí en nuestro país”, acusó Trump, una supuesta invasión que llega, según él, desde todos los rincones del mundo. Los inmigrantes, el enemigo común, los responsables de todos los males que aquejan a los Estados Unidos.
Trump habló y habló y comenzó a notarse improvisado, con un discurso desarticulado y soso que contrastaba con lo bien organizado del material audiovisual. Una hora y media que terminó con la paciencia hasta de los más leales trumpistas quienes se removían desesperados en sus asientos murmurando y preguntándose por cuánto tiempo más hablaría su héroe sin capa.
Sin embargo, la larga duración, la improvisación y lo soporífero de su discurso quedará en anécdota. El miércoles, la Convención Republicana mostró que hoy el partido Republicano es el partido de Donald Trump. Que el caudillismo, bien conocido en América Latina, se pudo instalar a sus anchas en Estados Unidos, al menos entre los republicanos. El atentado contra Trump ha marcado el inicio de una nueva etapa en la forma de hacer política en Estados Unidos, una de fervor cuasi religioso impropio de una democracia consolidada.
“Estoy aquí por la gracia de Dios”, diría Trump a un auditorio que rugiría de emoción. Su figura parecería hoy, al menos para los republicanos, casi invencible. Cuánto le dure ese apoyo y si será capaz de mantenerlo por los próximos cuatro meses hasta las elecciones es la pregunta que deben estarse haciendo todos, especialmente entre los demócratas.
Analista internacional
X: Solange_