En los anales de la historia estadounidense, el indulto ha sido un arma de doble filo: capaz de reconciliar, pero también de crear nuevas divisiones. Sin embargo, pocos episodios han sido tan controvertidos como el indulto masivo concedido por Andrew Johnson en 1868 cuando éste, en un acto de desafío que desató una tormenta de indignación, decretó un perdón general para todos los confederados que habían participado en la Guerra Civil. Este indulto, no solo polarizó aún más al país, sino que sentó un precedente sobre el alcance y los límites de este poder presidencial que ha sido fuente de debates encendidos y escándalos políticos.

Como un péndulo que oscila entre la clemencia y la conveniencia, el indulto presidencial ha tocado las fibras más sensibles de la nación: la justicia, el perdón y el abuso de poder. Cada vez que un presidente ha utilizado esta herramienta constitucional, ha sido motivo de controversia. Y hoy, no es la excepción.

La reciente decisión del presidente Joe Biden de indultar a su hijo Hunter ha desatado una ola de indignación que amenaza con engullir lo que queda de su presidencia. Este lamentable acto, no solo contradice las promesas del propio Biden, sino que erosiona los cimientos mismos de la democracia estadounidense.

Con este acto de nepotismo descarado, Biden borró de un plumazo la distinción que él mismo intentó trazar entre su administración y la de Donald Trump. Durante su campaña y los primeros años de su mandato, Biden se presentó como el antídoto al caos trumpista, un bastión de integridad en un mar de corrupción. Hoy, esa distinción se ha evaporado. Las consecuencias de esta decisión serán profundas y duraderas. En primer lugar, alimenta el cinismo político. El mensaje es claro: hay una justicia para las élites y otra para el ciudadano común. Este es precisamente el tipo de percepción que ha impulsado movimientos populistas como el de Trump.

Las encuestas revelan un descontento generalizado con esta decisión presidencial. Según un sondeo de YouGov, el 50% de los adultos estadounidenses desaprueba el indulto, incluyendo un 21% de demócratas y un 53% de independientes. Esta reacción negativa trasciende las líneas partidistas, lo que subraya la gravedad del impacto en la opinión pública.

En segundo lugar, con este indulto, Biden no solo se equipara a Trump, sino que le ofrece en bandeja de plata la justificación perfecta para futuras venganzas judiciales y le ha entregado a Trump un arma política muy poderosa. El expresidente ya ha sugerido que usará este precedente para justificar futuros indultos, incluyendo posiblemente a los involucrados en el asalto al Capitolio del 6 de enero. Al indultar a su hijo, Biden ha adoptado una táctica que recuerda las acusaciones que él mismo lanzó contra Trump de utilizar el poder presidencial para beneficio personal y político.

Además, la Casa Blanca se enfrenta ahora a un dilema ético: ¿debería otorgar indultos “preventivos” a funcionarios que temen represalias de una futura administración Trump? Tal consideración subraya cuán lejos ha caído el discurso político en Estados Unidos.

El indulto de Hunter Biden es más que un error político, es una traición a los principios democráticos justo en un momento en que Estados Unidos necesita desesperadamente liderazgo moral. Contrario a eso, Biden ha optado por el favoritismo y la conveniencia política, abriendo la puerta para los peores excesos de Donald Trump.

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