López Obrador llega a su quinto año de gobierno con un 66% de popularidad, ¿para qué sirve esto? Algunos articulistas sostienen que estos niveles reflejan una supuesta “cercanía con la gente” y por ende un respaldo tácito a su gestión, a su política pública y sus decisiones. Citan como ejemplos de esos “logros favoreciendo a los más pobres” al Tren Maya, las conferencias mañaneras y el aumento de recursos a programas sociales. Sin embargo, esta percepción necesita una revisión crítica, pues se busca utilizar esto como elemento para construir una narrativa para engañar a los ciudadanos rumbo a las elecciones del 2024.
El engaño presenta tres variantes. La primera es que sus programas insignia como el Tren Maya, los programas sociales e incluso las conferencias mañaneras son una muestra de que López Obrador es más que un demagogo populista.
El Tren Maya es el peor desastre medioambiental en la historia de nuestro país que ha traído no solo la irremediable destrucción del mayor sistema de ríos subterráneos del planeta, sino que se convertirá en un elefante blanco que al cabo de los años se convertirá en un pasivo más que habremos de pagar los mexicanos y que traerá no solo destrucción ambiental, falta de agua sino también miseria a quienes habitan ahí. A los analistas del oficialismo se les olvida decir que la “cercanía presidencial con la gente” se esfumó al momento de tener que cumplir con las consultas indígenas o medir el impacto ambiental requeridos por la ley.
Los programas sociales son también citados como logros. Se olvida mencionar que están montados sobre una estructura paralela (los “Servidores de la Nación”) que ha logrado convertir una obligación gubernamental en un logro presidencial a los ojos de los beneficiarios. Se olvidan también de la falta de controles y transparencia y de que se ha dejado en manos de agentes vestidos con los colores del partido oficial el manejo de padrones de beneficiarios que serán cruciales rumbo al 2024.
Las conferencias mañaneras, son un ejercicio de propaganda donde cada día se usa el atril de Palacio Nacional para colocar los mensajes que le importan al Presidente, los cuales suelen estar lejos de la gente más necesitada. Lo ocurrido después en el manejo del huracán Otis, desde la omisión de advertir sobre sus riesgos a la población por la mañana es el ejemplo perfecto.
La segunda variante es dejar la idea de que la democracia se construye sobre la base de la aprobación de un presidente. Si así fuera deberíamos comenzar a reescribir la teoría política y constitucional donde la lista de nuevos demócratas comenzaría quizá con Nayib Buckle que con 92% tiene el nivel de aprobación más alto en el mundo, y seguiría con Hugo Chávez que llegó a tener más de 80%.
La última y la más peligrosa es querer hacernos creer que es inaudito que el presidente sea “tan” popular y querer hacernos creer que por ello es casi un hecho que el oficialismo ganará las elecciones en 2024. En realidad, con 66%, se encuentra exactamente en el mismo nivel de popularidad de la que gozaba Ernesto Zedillo en el quinto año de su gobierno y supera por muy poco a Vicente Fox quien cerraba su penúltimo año con 61% y Felipe Calderón con 60%. Al final, recordemos que Zedillo terminó su gestión con 67% de aprobación y aún así tuvo que entregar la banda presidencial a la oposición.
La historia nos enseña que la popularidad presidencial es efímera y no siempre refleja la eficacia gubernamental. La verdadera prueba de una democracia sana y vibrante radica en instituciones sólidas, políticas públicas inclusivas y un liderazgo que respeta los principios de transparencia y rendición de cuentas.
Twitter: @solange_