Cuando Harry Truman llegó al Senado de Estados Unidos en 1934, el carismático Huey Long no tardó en etiquetarlo como "el senador de Pendergast". No era un cumplido. Tom Pendergast, el jefe político de Kansas City, había sido fundamental para el ascenso de Truman, proporcionándole los recursos y conexiones necesarios para impulsar su carrera. Truman lo sabía, y esa deuda de gratitud persistiría incluso después de que Pendergast fuera condenado por evasión fiscal y terminara en prisión.
El gesto de lealtad de Truman, asistiendo al funeral de Pendergast en 1945 ya como presidente, resonó en los pasillos del poder. Un presidente ligado a un hombre acusado de corrupción, profesándole lealtad póstuma. La historia, como suele ocurrir, parece repetirse, esta vez en México.
El beso en la mano que Claudia Sheinbaum, como recién estrenada presidenta de México, le dio a Manuel Velasco, líder del Partido Verde Ecologista, durante su toma de protesta, no es un gesto trivial. Velasco, ex gobernador de Chiapas (2012-2018), carga con un pesado bagaje de acusaciones: desfalcos millonarios, vínculos con empresas fantasma, y presunta compra de votos.
La Auditoría Superior de la Federación reportó desvíos por 685 millones de pesos durante su gestión y una investigación de Mexicanos Contra la Corrupción e Impunidad (MCCI) reveló desfalcos por alrededor de 2,300 millones de pesos, hechos usando diversas empresas, algunas de ellas empresas fantasma que formaron parte de la llamada “Estafa Maestra”. Bajo su mandato, la pobreza en Chiapas, lejos de disminuir, aumentó pasando de 74.7% a 76.4% y dejando al estado, en diciembre de 2018 con una severa crisis económica y de seguridad.
En política, no hay gesto sin significado, pensar lo contrario es pecar de ingenuo o, peor aún, intentar ocultar lo que está a la vista de todos. El beso de Sheinbaum a Velasco no fue un mero acto de cortesía; es una declaración de alianzas, un reconocimiento público de cercanía y familiaridad con un partido y un líder cuestionados.
La comparación con Truman es pertinente; ambos casos nos recuerdan que en política, las lealtades y las deudas pueden trascender las acusaciones de corrupción. Pero también nos obligan a cuestionar hasta qué punto estas lealtades pueden comprometer la integridad de los líderes políticos.
Sheinbaum, al igual que Truman en su momento, se enfrenta ahora al escrutinio público por sus alianzas. La diferencia en estos dos casos radica en que, mientras Truman mostró su lealtad a Pendergast en un gesto póstumo, Sheinbaum eligió mostrar su cercanía a Velasco justo al inicio de su mandato.
En un México que clama por transparencia y lucha contra la corrupción, este gesto impacta mucho más allá de los muros de Palacio Nacional. Es, al menos al momento, un recordatorio de que en política, los gestos hablan tan fuerte como las palabras. Claudia Sheinbaum y su equipo deberían recordar esto y también que las alianzas, por convenientes que sean, pueden tener un alto costo en la confianza pública.
La pregunta que queda para el futuro es si Claudia Sheinbaum podrá, como Truman, superar las sombras de sus aliados y definir su presidencia más allá de ellos. O si este gesto se convierte en el presagio de un gobierno atado a compromisos cuestionables. Al tiempo, pero una cosa es cierta, en la era de la información instantánea y el escrutinio constante, estos gestos en la política mexicana son declaraciones de principios que el pueblo juzgará.
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