Cuando Donald Trump presentó su plan de 28 puntos para lograr un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania, incluyó estratégicamente planes específicos para utilizar los miles de millones de euros en activos que Rusia tiene en Europa, específicamente (el 80% de ellos) en Bruselas. 100 mil millones serían para la reconstrucción de Ucrania, pero con contratos blindados para firmas de EE.UU. como BlackRock o Halliburton, y el resto para un "fondo de inversión conjunta" que, en realidad, sería un salvavidas económico para el Kremlin. Es el trumpismo en estado puro: un negocio disfrazado de diplomacia, donde los fondos recuperados del agresor se convierten en dividendos para el jugador americano. Un gran arreglo para Trump y sus bajos índices de aprobación.
Por eso, la idea de que esos más de 210 mil millones de euros en activos rusos hoy congelados en Europa sirvan para financiar a Ucrania le ha caído tan mal a quien despacha en la Casa Blanca. De aprobarse el plan en la Cumbre de Líderes que se encuentra reunida hoy en Bruselas, Washington se quedaría con las manos vacías.
El plan europeo impulsado sobre todo por el canciller alemán Friedrich Merz y el presidente francés Emmanuel Macron buscaba desbloquear esos fondos para generar préstamos de reparaciones. Y si bien la cumbre cerró esta madrugada con un acuerdo parcial de 90 mil millones en préstamos vía bonos conjuntos de la UE, sin activos para 2026 que podrían cubrir el déficit presupuestario ucraniano y evitar recortes en la defensa que podrían desmoronar el frente, es un triunfo menor ante lo que se requiere para que Ucrania gane la guerra.
No es solo un gesto de solidaridad: es un intento europeo para afirmar la autonomía de la UE, liberándola de la dependencia crónica de la ayuda estadounidense que Trump ya ha prometido recortar. Pero Bélgica, con su primer ministro Bart De Wever al frente, se atrinchera en excusas legales y temores a represalias rusas —demandas judiciales contra Euroclear que Moscú ya ha iniciado como advertencia—, mientras el verdadero pánico late en las sombras: el de enfurecer a un Trump que presiona discretamente a gobiernos afines para torpedear el acuerdo.
Llamadas discretas del Departamento de Estado a cancillerías europeas advierten de "riesgos jurídicos catastróficos" si se toca un centavo de esos fondos, mientras que asesores de Trump en Mar-a-Lago susurran a oídos influyentes que cualquier movimiento europeo "socavaría la alianza transatlántica" y complicaría el "gran acuerdo" que Washington está tejiendo con Moscú. De Wever habla de "protecciones para los contribuyentes belgas", pero entre líneas se lee el miedo a aranceles o aislamiento económico si Washington se siente traicionado.
Esta injerencia no es casualidad. Con las encuestas mostrando a Trump por debajo del 40% de aprobación —atrapado entre guerras comerciales con China y escándalos internos—, su "paz en Ucrania" es el as en la manga para un segundo mandato. Aprobar el plan europeo hoy en la Cumbre de Líderes de Bruselas no solo privaría a Washington de su botín, sino que demostraría que Europa puede actuar sin el paraguas yankee, fortaleciendo su autonomía estratégica en un mundo multipolar.
Pero si la presión surte efecto y la cumbre cierra sin un acuerdo mucho mayor para usar los activos congelados, las consecuencias pueden ser devastadoras. Para Ucrania, significaría un colapso financiero: un agujero de 45 mil millones de euros en 2026, forzándola a negociar desde la debilidad y aceptar los términos humillantes de Trump.
Peor aún, este abismo fiscal podría ser la antesala de un derrumbe militar y una derrota inevitable. Para el segundo trimestre de 2026, las reservas ucranianas se evaporan, dejando al frente expuesto a avances rusos sin freno, con Zelenski racionando municiones en una guerra que ya roza los cuatro años. Como lo resumió el primer ministro polaco Donald Tusk: "dinero hoy, o sangre mañana". Una Ucrania derrotada no es solo la capitulación de Kiev; es el empoderamiento de Putin, que interpreta la debilidad europea como invitación a más agresiones —ciberataques híbridos en las fronteras de la OTAN.
Asimismo, golpearía al corazón de la UE. La Unión quedaría “gravemente dañada por años” si no logra un acuerdo sobre el financiamiento a Ucrania, advirtió el canciller alemán Friedrich Merz en una entrevista televisiva. “Y le mostraríamos al mundo que, en un momento tan crucial de nuestra historia, somos incapaces de unirnos y actuar para defender nuestro propio orden político en este continente europeo”.
Europa tiene una elección clara en esta cumbre: ceder al miedo de Trump y condenarse a la irrelevancia, o romper el impasse con una votación por mayoría. Bruselas no es el problema; lo es un trumpismo que prioriza el cortoplacismo sobre la justicia internacional. El cáncer que se exhibe desde Bruselas es una UE que aún sueña con ser aliada de Estados Unidos, no potencia por sí misma. Si no actúa ahora, el mapa del continente se redibujará no en salones diplomáticos, sino en los términos de un hombre que ve el mundo como un negocio de real estate. Hora de apostar por uno mismo, Europa.
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