Las mentiras presidenciales son una moneda corriente en la política global, pero sus repercusiones varían drásticamente entre democracias y autocracias. En las autocracias modernas, identificadas por Sergei Guriyev y Daniel Treisman como "autocracias informativas", utilizan las mentiras no solo para suprimir disidencias sino para moldear la legitimidad del régimen y modificar el comportamiento de ciudadanos y votantes. Este tipo de autocracia no se centra en la violencia o la opresión explícita para ejercer su poder. En lugar de eso, la información se convierte en la herramienta principal.

Autocracias como la de de Viktor Orban utilizan las mentiras para fortalecer un control más férreo de la información y suprimir cualquier atisbo de disidencia. Orban manipula los medios para ajustar la percepción pública y mantener el poder. Líderes como Putin, Castro, Chávez, Maduro, Erdogan y Orban han perfeccionado la alteración de datos para fabricar realidades alternativas que favorecen sus regímenes.

López Obrador en México ofrece un ejemplo contemporáneo de cómo las mentiras pueden ser usadas para gestionar una autocracia informativa. A pesar de sus promesas de transparencia y de gobernar con principios democráticos, López Obrador ha utilizado sistemáticamente la desinformación para presentar una imagen de estabilidad y progreso. Desde su llegada al poder en 2018, hemos sido testigos de una constante corriente de falsedades desde Palacio Nacional. Mintió con la desmilitarización, cuando dijo que no se talaría ni un árbol para construir el Tren Maya.

Miente cuando asegura que el país está “en santa paz” el 29 de abril, justo después de uno de los fines de semana más violentos que haya vivido el país con 257 homicidios según números oficiales. Estas mentiras no solo desorientan sino que buscan conformar la percepción pública para validar su administración. Su estrategia se aleja de la violencia física, pero ejerce control mediante la manipulación de la información, caracterizando un claro ejemplo de autocracia informativa.

Las autocracias informativas alcanzan su plenitud de poder cuando dominan casi completamente los medios de comunicación. Este dominio se logra no sólo a través de la censura directa, sino también mediante el acoso y la intimidación de voces críticas, hasta conseguir su silenciamiento o exilio mediático. López Obrador ilustra esta dinámica: figuras periodísticas como María Amparo Casar, Ciro Gómez Leyva, Carlos Loret de Mola, Denisse Dresser, han enfrentado ataques y revelaciones de información personal protegida constitucionalmente. Estos ataques desde el púlpito del poder no solo buscan desacreditar a los críticos, sino también implantar un estado de opacidad donde la información fluye únicamente en una dirección que favorece al régimen.

El control mediático es una herramienta crucial para los líderes iliberales. Aunque el autócrata pueda tener una presencia dominante en los medios, todavía existe la posibilidad de desafío si se mantiene un mínimo de pluralismo mediático. Sin embargo, en un ambiente donde el pluralismo es sofocado, se vuelve cada vez más difícil para periodistas, ONG, partidos de oposición y ciudadanos ejercer algún tipo de contrapeso. En este contexto, la capacidad de un líder para establecer una autocracia informativa depende en gran medida de su éxito en controlar la narrativa pública y silenciar a la oposición, perpetuando así un ciclo de poder incontestable y una democracia en declive.

Por ello, resulta vital proteger a periodistas y voces críticas. Ellos son la última línea de defensa contra la consolidación de regímenes que, bajo el disfraz de democracia, manipulan la información para perpetuar su poder.

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