Que yo sepa, a todos nos preocupa la salud de nuestros hijos (menos a los antivacunas, a esos yo creo que no). En este entendido es que me encuentro con muchas mamás que me hacen preguntas que a veces no se cómo responder. Finalmente si, soy mamá y nutrióloga, pero no siempre tengo la respuesta correcta.
Esta vez me preguntaron cómo hacerle para que un par de niñas chiquitas sigan comiendo lo que antes comían y que ahora dicen que ya no les gusta. Estamos hablando de verduras, algunas frutas, pescado y pollo. Al queso le ponen cara de fuchi y el huevo es una batalla también. Comen jamón, salchichas, carne roja y todos los panes, galletas, cereales, papas y carbohidratos habidos y por haber. Eso le preocupa a su mamá (creo que a su papá no tanto).
Investigando más me entero a cuentagotas que la mamá de estas chiquitas a todo le pone “pero”: el huevo sólo si está revuelto, bien cocinado y no se ve lo blanco, el queso sólo oaxaca o manchego, pescado imposible y pollo sólo si es pechuga y deshebrada. Las verduras las tolera, pero sólo en la sopa de su casa y las frutas son un mal necesario.
Esa es la mamá que quiere que sus hijas coman bien y de todo. Es esa mamá quien está convencida de que sus nenas de 5 y 8 años no se han dado cuenta del asco que le da el pollo ni del repele que le generan las ensaladas. Ella de verdad cree que las engaña al decirles que se coman lo que les sirvió y que ella después va a cenar, cuando llegue el papá.
¡Obvio las niñas saben que la mamá no come esas cosas! Por eso en cuanto ellas pueden comenzar a tomar decisiones, eligen imitar lo que la mamá hace. Finalmente, ella es su ejemplo y modelo para seguir. De hecho, ya al final de nuestra plática reconoció que la hija mayor ya le dijo un día que está gorda y que necesita una dieta igual a la de ella, que por favor la traiga conmigo.
Yo quedé en shock. Ella no. Le parece normal que la niña quiera estar delgada (no sana) y que comience con el tema de las dietas a los 8 años. Le parece desesperante que ellas no quieran comer lo que, sin darse cuenta, ella tampoco come. Quiere que ellas hagan lo que ella no hace.
Lo mismo pasa con el ejercicio. En casa ni papá ni mamá son físicamente activos, pero las obligan a tomar clases de ballet y natación. Obvio, la grande ya comienza a estar molesta con la situación y el otro día le preguntó “mami, ¿mientras yo estoy en mi clase, tu haces ejercicio?”. Dice que le puso muy mala cara cuando ella le respondió que no, que la esperaba en el café del club.
Sin presumir de dotes adivinatorios o habilidades que no tengo, puedo asegurar que esa nena en cuanto sea mayor y pueda decidir va a dejar de hacer ejercicio y comenzar a comer mal. Va a irse a un café en lugar de al gimnasio.
Así es. No queremos darnos cuenta de que lo que realmente educa es el ejemplo, no las palabras. Para ellos lo que importa es lo que ven, no lo que escuchan. En nutrición y estilo de vida saludable y en todo lo demás.
De hecho, la niña al final le preguntó: “si tu ni papá hacen ejercicio, ¿por qué nos obligan a nosotras a hacerlo?”. Ella tristemente tuvo que recurrir al “porque somos tus padres y sabemos qué es lo mejor para ustedes”.