Frente al paisaje de los últimos días, podríamos recuperar la vieja expresión popular: “de todo, como en botica” (aunque no tanto como en la “botica universal”, que anunció el caudillo). No quiero ser irreverente ante un asunto que interesa a todos los ciudadanos, pero tampoco debo perder el sentido del humor en medio de las turbulencias que padecemos, y en previsión de las que se avecinan.
Digo que hay de todo porque hemos visto —esta es mi visión— algunos grandes pasos adelante en el desarrollo político de México, ciertas andanzas hacia un lado o hacia atrás y un buen número de confusiones que ojalá pudiéramos disipar. Desde luego, la mera persistencia del Frente Amplio por México, con su legión de avatares, ha sido un progreso notable, en tanto opone un escollo formidable para la fácil y alegre continuidad del mal gobierno y la tentación de eternidad que tiene el caudillo.
La presencia de Xóchitl Gálvez en el escenario de los últimos meses es un dato promisorio para la buena marcha del proceso electoral. Reanimó la contienda e impulsó la esperanza. Es indispensable apoyar con fuerza a esta abanderada de la sociedad civil y del Frente Amplio por México. Pero no puedo saludar sin reservas la actuación de algunos partidos, que no permitieron que el proceso pactado llegara a su culminación, honrando las reglas adoptadas, aunque comprendo el “duro pragmatismo” de la política que todavía practicamos.
A cambio de no saludar esos tropiezos, celebro la conducta de algunos pre-pre-pre candidatos, gallarda y consecuente con el desarrollo democrático de México: mencionaré al brillante Enrique de la Madrid y no olvidaré a Santiago Creel. Reitero mi antigua y firme admiración a Beatriz Paredes, que hizo cuanto pudo —y pudo mucho— para caminar en la dirección más constructiva, con talento, experiencia y dignidad.
En la otra trinchera, los aspirantes concluyeron su tour por la República con gastos enormes, concentraciones, bardas pintadas y alabanzas al caudillo. Este frente de batalla no dio para más, pero tiene en su favor el poderío del gobierno, que no es —ni será— un dato menor para definir el futuro del proceso electoral.
Hay que exaltar el comportamiento del Ejecutivo Federal, modelo de perseverancia. Con su sonrisa meliflua y su discurso manido, animado por la emoción y la imaginación, tundió sin pausa a sus adversarios políticos. No se anduvo con melindres legaloides, que hubieran moderado su franca, notoria y constante injerencia en el proceso político. No lo detuvo la Constitución, como no lo ha detenido antes ni lo frenará después.
En la botica en que hubo de todo hay que destacar también dos hechos: uno luminoso, otro sombrío. Aquél fue el rescate del INAI, agraviado por decisiones que hubieran sonrojado a cualquier comunidad democrática. El otro ha sido un enésimo agravio a la justicia —a la justicia, no sólo a los tribunales federales—, que entraña un golpe formidable a la democracia y al Estado de Derecho a través de la amenaza de someter y sofocar a esos tribunales mediante un ajuste presupuestal que suena, más bien, a un “ajuste de cuentas” en el inagotable proyecto de “mandar al diablo” a las instituciones.
Creo no equivocarme, pues, al hablar de que hemos tenido de todo, como en botica, sin ignorar —y ya concluyo— el prometido relevo del “bastón de mando”, hecho que rebasa las antiguas facultades “metaconstitucionales” del presidencialismo mexicano, superado por un rampante “supraconstitucionalismo”.
Buena suerte, Xóchitl Gálvez. Buena suerte, México.