En el año que concluye —al que dedico un libro: “Para la Navidad del 2023. Constancias del naufragio”— algunas voces se elevaron para cuestionar los progresos de nuestra Universidad Nacional. Lanzaron censuras y presagios. Muchos no supieron lo que decían y ni siquiera dijeron lo que sabían. Suele suceder. Hubo quien reiterara su discurso consabido calificando de elitista y conservadora a una institución que ha servido a la libertad y la justicia, a través de la docencia, la investigación y la difusión de la cultura. Habrá que preguntar a ese orador del infortunio qué es lo que ha hecho para dar a México lo que le ha dado nuestra insigne Universidad.
Conviene que rechacemos la subjetividad facciosa que algunos han sembrado en este camino. Para hacerlo hay experiencias sobresalientes, que nos mueven a la celebración en la puerta misma del 2024. Me referiré a una —sólo una, pero notable y fecunda— que honra a la Universidad y disipa la idea de que “tira hacia atrás” y constituye un cenáculo conservador, desinteresado de la suerte que corren los carentes de fortuna. Para ello citaré el ejemplo de la Fundación UNAM, instalada en la etapa rectoral del doctor José Sarukhán y conducida por Dionisio Meade.
A quien dice —porque no sabe lo que dice— que la UNAM es una institución elitista, habrá que recordarle lo que debiera saber: más de la mitad de los alumnos de la UNAM proviene de familias cuyo ingreso promedio es de entre dos y tres salarios mínimos. Tan modesta dotación, ¿podría generar un organismo elitista semejante a los otros que libran su batalla en la suficiencia, si no es que en la opulencia? Para dotar a sus jóvenes beneficiarios —que deben serlo de México— de recursos que les permitan acceder al conocimiento y el progreso, la Fundación UNAM ha brindado más de un millón de apoyos que permitan a esos jóvenes —asociados a su propio esfuerzo— recorrer el camino que les llevará a un porvenir más justo y generoso. Conseguirlo parece un sueño. Con millares de becas, la Fundación contribuye a que el sueño se convierta en realidad.
Merced al apoyo que ofrece la Fundación UNAM, numerosos estudiantes han podido cursar estudios superiores en México o en otros países, con becas provistas por diversas instituciones, entre ellas la Suprema Corte de Justicia de la Nación. En horas particularmente difíciles, en que se extremaron las carencias en un amplio sector de nuestra población juvenil, la Fundación donó a millares de estudiantes “tabletas” para desarrollar estudios a distancia. En el mismo periodo, impulsó el trabajo de brigadas de salud comunitarias que asistieron a más de cien mil pacientes, y apoyó con miles de equipos de protección personal a médicos, enfermeras y residentes. Agreguemos beneficios culturales que mejoran la situación de los estudiantes.
Treinta años de buenos resultados se documentan en los testimonios que centenares de notables profesionales y científicos, “unamitas” beneficiarios de la Fundación, aportan sistemáticamente en las páginas de EL UNIVERSAL. Con ello se asocian al elogio que merece la Fundación y al ejemplo que brindan quienes la concibieron, la presiden y forman filas en una labor que cumple treinta años al servicio de México y de la Universidad. Hay, pues, motivos de optimismo para emprender un nuevo año con trabajo fecundo y dejar atrás las palabras de quienes, ignorantes de la Universidad, la tachan de elitista y reaccionaria. Vale la pena proclamar las buenas obras cuando se abre la puerta del 2024. ¿No es así?