El viejo edificio de San Ildefonso se yergue en el corazón de la capital. A pocos pasos vela el Palacio de la Autonomía. Cercano, el antiguo plantel de la Inquisición se conserva como sede frecuente de afanes universitarios. Todos forman parte de un patrimonio físico y moral. Figuran en el acervo de la Universidad Nacional, ampliado por obra de los propios universitarios, que le confieren sentido y valor.
Ese patrimonio ha crecido merced a un rescate pertinente y esforzado: el edificio que alojó a la Escuela Nacional de Jurisprudencia, en la actual calle de Justo Sierra (antes esquina de Santa Catalina y San Ildefonso), que anima el recuerdo de muchos abogados de ayer y suscita el aprecio de otros de ahora. La UNAM pone en marcha, una vez más, ese edificio de solemne perfil porfiriano, para que sirva –o mejor dicho, siga sirviendo, porque nunca dejó de hacerlo– a la creación y difusión de la cultura jurídica.
En el siglo XIX la Real y Pontificia Universidad marchó entre numerosos avatares, que ora la encumbraron, ora la postraron. Finalmente, se dispersó convertida en varias escuelas que siguieron, cada una, su propio camino. Luego llegaron la firme voluntad, el luminoso talento y la influencia poderosa de Justo Sierra para que aquellos planteles volvieran a ser unidad, con otro designio. Tomaron el carácter de Universidad Nacional de México, nacida con gran prestancia cuando expiraba el porfiriato.
La Escuela de Jurisprudencia se instaló en diversos destinos, hasta su traslado final a la Ciudad Universitaria, en 1954-1955. El 5 de febrero de 1908, el “científico” Pablo Macedo, director de la Escuela, acompañó a Porfirio Díaz en la inauguración de las nuevas instalaciones y en la reflexión –de Macedo, no de Díaz– sobre la forja de juristas. Dijo el director que ha tocado a la Escuela de Jurisprudencia la honra de ser el primer establecimiento de enseñanza superior “dotado en los modernos tiempos de un edificio propio, modesto, es verdad, sin mármoles, jaspes ni oro, pero bastante a satisfacer sus necesidades”.
Ahí prosperaron las generaciones que contribuirían a la renovación del pensamiento y a la formación de un nuevo orden jurídico que instaló las novedades aportadas por la Revolución. Años más tarde, la Escuela pasó a ser Facultad de Derecho. Hay noticias históricas sobre este tránsito, firme y creativo. Véase, por ejemplo, la historia elaborada por don Lucio Mendieta y Núñez, a la que pronto acompañará un nuevo trabajo de revisión histórica debido a la actual directora del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, Elisa Speckman, a quien he tenido la fortuna de acompañar en esta tarea.
La Universidad Nacional Autónoma de México ocupa una posición destacada en el universo universitario. Lo mismo, la Facultad de Derecho, con creciente importancia entre las instituciones de su especialidad en el ámbito hispanoparlante. Con visión y acierto, la dirección actual del plantel, conducida por Raúl Contreras Bustamante, impulsó la plena recuperación de la antigua Escuela, cuyas instalaciones renovadas –con magistral diseño del arquitecto Xavier Cortés Rocha– han recibido la biblioteca cedida por la familia de Miguel de la Madrid, quien fuera alumno de la Facultad de Derecho y presidente de México. Honor a quien honor merece. Bien por la familia De la Madrid y bien por una Facultad que pone al día su patrimonio al servicio de México.