El abuso sexual infantil es una bomba que estalla silenciosamente, destruyendo vidas en todas direcciones. No hablamos de un simple delito, sino de una fractura que atraviesa nuestra sociedad de arriba abajo. Cuando un niño es víctima de abuso, no solo pierde su inocencia; se rompe algo fundamental en la forma en que ve el mundo y a los demás.

Las cifras son escalofriantes: 70% de los agresores sexuales en México son familiares o conocidos cercanos de las víctimas. El abuso ocurre precisamente donde los niños deberían sentirse más seguros: en sus hogares, escuelas o comunidades. Y mientras seguimos indignándonos (con toda razón), seguimos sin atacar el problema de raíz.

Recuerdo a Alex, una persona privada de la libertad (ppl) que se acercó a mí en uno de mis recorridos por un centro penitenciario. Con la mirada baja y la voz entrecortada, me confesó algo que pocas personas se atreverían a decir: "Necesito ayuda. Sé que tengo un problema y no quiero volver a lastimar a nadie cuando salga”. Alex había abusado de un niño de tres años y, a diferencia de la imagen que muchos tenemos de estos agresores, él era plenamente consciente de su problema. Me pidió información sobre la castración química, dispuesto a someterse a este tratamiento antes de ser liberado porque temía, realmente temía, volver a cometer el mismo delito.

Su caso no es aislado. Aquí hay una verdad incómoda que debemos enfrentar: la mayoría de los agresores no son "monstruos" irredimibles. El 75% ha buscado ayuda psicológica antes de cometer el delito o durante su encarcelamiento, encontrándose con un sistema desbordado e incapaz de atenderlos. Más perturbador aún: cerca de 70% de los agresores sexuales fueron ellos mismos víctimas de abuso en su infancia. Esto no justifica sus actos, pero nos obliga a ver el ciclo generacional de violencia que perpetuamos cuando no ofrecemos tratamiento adecuado.

El artículo 18 Constitucional habla de reinserción social, pero seamos honestos: meter a alguien a la cárcel, hacerlo tejer bolsas o darle una clase de computación no va a evitar que vuelva a abusar de un niño cuando salga. Necesitamos reinventar completamente nuestro enfoque, apostando por la segregación especializada (como hacen en Inglaterra y Canadá) combinada con intervención psicológica intensiva, programas de control de impulsos y seguimiento riguroso.

Trabajar con los agresores no significa justificar sus actos o restarles gravedad. Todo lo contrario: significa reconocer que, si queremos proteger a los niños de manera efectiva, debemos cortar el problema desde su origen. Cada agresor que recibe tratamiento adecuado representa potencialmente decenas de víctimas que nunca llegarán a serlo. Es una ecuación simple, pero poderosa, que ignoramos por incomodidad o por populismo punitivo.

Mientras tanto, la impunidad sigue siendo la norma. En 2022 se reportaron más de 10,000 casos de abuso sexual infantil solo en el ámbito familiar, y eso es apenas la punta del iceberg. La mayoría jamás se denuncia, perpetuando un ciclo donde las víctimas cargan su dolor en silencio y los agresores continúan sin consecuencias.

Por eso lo que está haciendo Reinserta junto con el Instituto Nacional de Psiquiatría es tan importante: están implementando el primer estudio integral en México sobre agresores sexuales, buscando entender las causas profundas y diseñar tratamientos efectivos. No se trata solo de castigar, sino de prevenir que haya más víctimas en el futuro.

Pero nada de esto funcionará si seguimos evitando hablar francamente del tema. Necesitamos educación sexual desde edades tempranas, enseñando sobre consentimiento, límites personales y respeto. La OMS ha demostrado que esto reduce significativamente los riesgos de abuso porque empodera a los niños para identificar y denunciar comportamientos inapropiados.

La indignación es necesaria, pero no suficiente. Necesitamos un cambio estructural que vaya más allá del simplismo punitivo. No podemos seguir pidiendo cadena perpetua para todos como única solución mientras ignoramos la prevención y la rehabilitación basada en evidencia científica.

El verdadero cambio requiere valentía: la valentía de mirar de frente un problema que preferiríamos ignorar, de apostar por soluciones complejas en lugar de estrategias fáciles, y de construir un sistema que proteja a las víctimas, se ataque el problema de raíz y se rompa el ciclo de violencia de una vez por todas.

Presidenta de Reinserta. @saskianino

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