Salía del Reclusorio Norte, en la CDMX. Realizábamos un estudio y aquel día era día de visita conyugal.
Una mujer cargando tres bultos y dos piñatas navideñas que habían hecho en prisión caminaba frente de mí. Cruzando los filtros de seguridad, la mujer dio vuelta a la izquierda; yo seguí mi camino. Hasta que un grito me detuvo e hizo voltear.
Las piñatas volaban, los bultos estaban regados en el piso y la mujer tirada en el suelo estaba siendo golpeada por otra.
“Pinche vieja, por qué vienes a ver a mi marido”, le gritaba una a la otra. Quedé incrédula; dos mujeres peleando a golpes afuera de la cárcel por un hombre que estaba privado de la libertad.
Un hombre detrás de las rejas tenía dos parejas que, claramente, no sabían la una de la otra, sino hasta ese momento. Se fueron a topar en pleno reclusorio.
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Mi Instagram suele estar lleno de mensajes de personas que estuvieron en la cárcel, que siguen tras las rejas o que tienen algún familiar en prisión.
La semana pasada me escribió una mujer que acaba de ser dejada por su esposo. “Ya se encontró otra”, me decía. No crean que este espacio lo uso en plan de chisme; llegaremos a algo.
El infierno que viven las mujeres al tener a un ser querido preso, es algo muy parecido al que viven las personas dentro de los centros de reclusión.
“Caminaba desde las 4 am con bolsas llenas de comida para poder ir a verlo. Esto lo hacía cuatro veces a la semana. Salir 3:30 am de mi casa para llegar a las 5:30 am a formarme. Nos dejaban entrar a las 10 am. Cuando mi esposo empezó a tener problemas de dinero, me pidió que lo apoyara. Claro que lo iba a apoyar, para él, lo que pidiera. Ayudarle implicaba meterme droga a la vagina para que él la pudiera vender dentro; aguacateras que nos dicen. Me presentó con la señora que se dedica a enseñarle a las mujeres como poder meterse la dosis más grande. ‘Entre más te quepa, mejor’, me decía mi esposo. A mi amiga le cabían 850 gramos, a mi solo 290 gramos.
“Llegaba a la visita conyugal y mi esposo con su amigo me lo sacaban. Después cumplía con mis obligaciones maritales. Lo amaba, por él lo que sea”, me cuenta una mujer.
Hoy, que su esposo la cambió por alguien más, se da cuenta que dejó su vida, incluyendo su dignidad. Las mujeres cuyas vidas giran en torno a sus seres queridos cumpliendo una sentencia en una cárcel en prisión viven en su propia cárcel.
Muchas de ellas encarnan la definición del machismo: el patriarcado, la cultura y educación de que estamos hechas para servirles a ellos. La vida de millones de mujeres deja de importar porque viven por y para ellos.
Hoy, en la semana en que se festejará el día del amor y la amistad, hablemos de los amores a los cuales nos enfrontamos y lo vulnerables que se encuentran muchas mujeres que consideran no valer más que para el uso de aquellos que las maltratan. Repudiemos el machismo. Hagámonos partícipes del cambio y solidaridad que entre mujeres tanto necesitamos. Repensemos la compasión e incondicionalidad que necesitamos entre nosotras para terminar con estas acciones misóginas que tanto dañan a nuestro país.
Presidenta de Reinserta