La semana pasada, Mariana Rodríguez, primera dama de Nuevo León, llevó a su hija en un fular a un evento público. El gesto, que pudo haber pasado como una anécdota cotidiana de una madre que concilia su vida personal con la pública, desató una ola de comentarios en redes sociales.

Algunos pusieron en la conversación el sistema nacional de cuidados y el privilegio de maternar y trabajar. Pero muchos se enfocaron en otras cosas: “Qué irresponsable”, “no cuida a su hija”, “es puro show”, fueron algunos de los ataques que se replicaron una y otra vez. Lo que pudo ser un momento de cercanía familiar terminó convertido en un juicio público implacable.

El episodio evidencia algo más profundo que la anécdota en sí: la facilidad con la que se convierte la maternidad en objeto de escrutinio. No fue solo un debate sobre condiciones laborales, políticas de conciliación o corresponsabilidad en la crianza. Fue sobre todo una exhibición de odio y de juicio moral. Y aquí surge la primera pregunta: ¿cómo llevamos mejores condiciones a los diferentes espacios laborales para que todas las mujeres puedan maternar libremente, sin que eso signifique exponer su intimidad al linchamiento digital?

En Herejes: El podcast, Carol H. Solís lo planteó con claridad: sí necesitamos exigir más —mejores políticas, mayor equidad— pero eso no se puede confundir con ataques de odio directos. Vasco agregó un punto clave: a Mariana se le odia por ser Mariana, por lo que representa más que por ella misma en sí. Es decir, el rechazo trasciende la acción concreta de llevar a su hija; lo que está en juego es la figura, la persona, el personaje público que incomoda y ofende a muchos. Y entonces la pregunta se vuelve más incómoda: ¿realmente indignó el acto de una madre cargando a su hija, o la simple existencia pública de Mariana Rodríguez?

Hay un aspecto especialmente doloroso: gran parte de esos comentarios provienen de otras mujeres. Eso nos obliga a debatir si, en lugar de caminar hacia una maternidad libre y digna para todas, estamos atrapadas en dinámicas de competencia y descalificación entre nosotras mismas. ¿Qué dice de nuestro feminismo cuando la maternidad de una mujer se convierte en excusa para atacarla, en lugar de abrir la discusión sobre cómo garantizar condiciones reales de equidad?

Porque, al final, de eso se trata: visibilidad. El hecho de que una mujer en el ojo público lleve a su hija a un evento debería ser el punto de partida para hablar de lo que tantas otras viven en silencio: largas jornadas laborales sin guarderías, ausencia de políticas de lactancia, falta de permisos parentales, precariedad que obliga a elegir entre el bienestar de los hijos y el ingreso económico. En México, 7 de cada 10 mujeres con hijos declaran dificultades para conciliar maternidad y trabajo (ENDIREH, 2021). Esa es la verdadera urgencia.

Más allá de Mariana, lo que este episodio exhibe es una crisis del propio movimiento feminista y del machismo en el país: cuando el debate se desplaza hacia el juicio y no hacia las soluciones y/o exigencias nos alejamos de la posibilidad de construir una sociedad más justa y equitativa. Defender a Mariana aquí no significa aplaudir todo lo que hace o representa; significa reconocer que nadie merece ser violentada por maternar en público.

La pregunta que queda en el aire es incómoda, pero necesaria: ¿queremos una sociedad donde las mujeres puedan maternar priorizando su bienestar y el de sus hijos, o seguiremos condenándolas a elegir entre la crianza y el ingreso económico? Mariana, al final, solo pone rostro a una discusión que nos urge abrir con seriedad, empatía y menos odio.

Presidenta de Reinserta. @saskianino

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