Ayer me encontré a Luis Fernando en el Reclusorio Norte y no he podido dejar de pensar en él.

Te platico.

Luis Fernando llegó a la fundación Reinserta a los 15 años cuando estaba privado de su libertad en la Comunidad de Internamiento para Adolescentes en conflicto con la ley. Aun afrontando una sentencia de dos años siempre fue muy participativo en todas las actividades que Reinserta llevaba. Estábamos seguras de que sería un caso de éxito.

Los dos años que estuvo en San Fernando no falló, después, naturalmente cómo era de esperarse se vino a la casa de medio camino para continuar su proceso de reinserción.

Luis Fernando viene de una familia criminógena. Una familia en donde todos se dedican a actividades antisociales. Cuando Luis Fer venía a la casa nos empezó a contar que sus papás no lo dejaban venir más; que se tenía que escapar porque le exigían traer más dinero a la casa. Dinero ilícito.

Eventualmente perdimos la batalla y nunca volvimos a saber de él.

Ayer que Luis Fernando se me aventó al abrazo en pleno kilómetro del reclusorio mi corazón se rompió. “¿Qué haces aquí?”, le pregunté mientras lo veía vestido de beige. “Ya ves”, me contestó.

Este regreso a clases hay muchos jóvenes que no regresarán a la escuela. No porque no hayan querido, pero porque su destino estaba marcado y tuvieron muy pocas oportunidades de salir de la cuna en la cual nacieron. Los espacios de reclusión, incluso como menor, son de las pocas áreas de oportunidad que tienen.

Luis Fernando hoy comparte celda con su papá. A pocos kilómetros su mamá y su hermana visten de beige también.

Historias como la de Luis Fernando abundan en las cárceles de nuestro país. En México en ciertas familias, no delinquir es un privilegio.

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